Los editores de Vozed editorial me regalaron el más
reciente trabajo de Hermann Gil Robles, No
hay buen puerto. ¿Qué hago con él?, les pregunté. Léelo, me respondieron.
Así de simple: una liga en Internet, una descarga rápida y listo. El libro era
mío.
Conociendo el trabajo
anterior de Hermann, yo tenía planeado comprarlo, por lo que me sorprendió que
los editores se me adelantaran y me lo regalaran. Sin embargo, una vez que leí el libro comprendí que éstos
no me estaban haciendo un regalo, sino que seguían el mismo modus operandi de un dealer de droga.
Porque No hay buen puerto es precisamente eso:
una droga. Una metan-fetamina literaria compuesta de palabras, sensaciones,
imágenes. Una realidad fragmentada, distorsionada, que, sin embargo, se aglutina
en la consciencia del lector y produce una extraña sensación estética: la de
percibir una misma situación desde seis realidades distintas.
El nombre del juego es
Realidad y Hermann Gil Robles nos invita a jugarlo, introduciéndonos en las
mentes de sus personajes, que utilizan diversas sus-tancias para intentar aprehender
una realidad que los seduce y traiciona al mismo tiempo.
Porque en el mundo de No hay buen puerto no es necesario
dormir para soñar. Los sueños pueden vivirse desde el estado de vigilia porque
pueden comprarse: vienen en pequeños sobres de endulcorantes artificiales, en
membranas plásticas que recuerdan condones femeninos, en combustiones lentas
que liberan humo cargado de enigmas químicos, en forma de líquidos que te dejan
ciego y que te hacen brotar las palabras.
A través de los seis
relatos que conforman el libro, un sentido predomina sobre los demás: el sentido del olfato, que nos dice a qué huele
un amanecer, a qué huele el miedo, el sexo, la desesperación, mientras una
infección se apodera lentamente de todos y los lleva a intentar diversos medios
para hallar una cura.
¿Una cura para qué? Esa
es la pregunta que Hermann Gil Robles nos lanza a la cara como un desafío. El
ambiente en los seis relatos es
opresivo y lo único que quieres es escapar: escapar de ti mismo, escapar de
aquello o aquellos que te persiguen. Avanzas dando tumbos, encuentras senderos
que te conducen hacia un mismo sitio, saltas esperando huir de tus
perseguidores o acabar con todo de una sola vez.
Y es esa necesidad de
escape la que le da un ritmo alucinante a la narración, que salta de un momento
a otro, de un relato al siguiente, sin la necesidad de una línea de tiempo. Al
contrario de lo que podría pensarse, esto no produce confusión, sino más bien
un estado de consciencia superior desde el cual es posible ver el desarrollo de
acontecimientos extraños, en donde el destino de unas hormigas se iguala al
destino de unos seres humanos que se divierten en una fiesta, donde el sabor de
la carne es el mismo que el del algodón de azúcar, donde reconoces con sorpresa
el rostro de tu verdugo.
Por lo general no
acostumbro a reseñar un libro de la manera que lo he hecho hasta ahora, sino
que me gusta hacer un resumen sencillo y claro, en donde pueda dar mi opinión
si el libro que reseño vale la pena de ser leído. Sin embargo, de alguna forma,
la lectura de No hay buen puerto me contagió de su manera de contar las cosas. No
por otra cosa comparé al libro más arriba con una droga y a los editores de Vozed editorial con dealers.
¿Recomiendo la lectura
del más reciente libro de Hermann Gil Robles? Por supuesto.
Sin embargo, sugiero al
lector que lo compre. No acepten No hay
buen puerto como regalo, a menos de que quiera ser cómplice al fomentar una
adicción.
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