10/25/2012

Crónica de Feria


El título del presente post no es mío, sino de mi tía Mireya, que se quedó impresionada cuando supo que yo era escritor, y que se impresionó todavía más, si cabe la expresión, cuando leyó lo que yo escribía. En estos días, mi tía Mireya es una de mis más fervientes admiradoras.

Y no está sola: desde que empezó la Feria del Libro Monterrey 2012, en donde por primera vez me atreví a poner a la vista de todos una muestra del trabajo que he estado realizando en la sombra desde hace por lo menos 33 años, mi número de admiradores ha crecido exponencialmente.

Esto me causa sentimientos encontrados. Por una parte, estoy feliz de que otras personas puedan compartir conmigo la emoción que siento al escribir; estoy feliz que podamos unir nuestras mentes; estoy feliz de que les guste lo que escribo. Pero, por otro lado, me siento un poco apenado (y agradecido) por recibir tantas muestras de admiración. Esto se debe a que —al contrario de prácticamente casi todos los escritores— carezco de vanidad.

Yo nunca he escrito para ser admirado por los demás, ni para ser el centro de atención, ni para pasearme por el mundo como si fuera de alguna manera superior, o más inteligente, que los lectores que me leen. Yo escribo porque me apasiona escribir, porque me gusta crear realidades alternativas en donde no siempre las cosas son lo que aparentan; yo escribo porque intento trasmutar en palabras algunas maravillas de este extraordinario e increíble viaje que me ha tocado en suerte experimentar y al que llamamos vida.

Así que, más que Crónica de Feria (en donde les podía contar cómo, increíblemente, todos los libros que había mandado imprimir para venderlos se me acabaron para las 2:30 PM del domingo, el segundo día de la Feria del Libro, sin haber hecho yo alguna presentación de mi libro, sin haber llevado publicidad, sin tener siquiera mi gafete de “Escritor Invitado” o una fecha para firma de libros en el stand), más que Crónica de Feria, les digo, fue una Crónica de Encuentros.

Porque me encontré con gente interesante: no sólo con otros escritores que comparten los mismos temores y aspiraciones, sino con lectores que buscan algo nuevo, que se atreven a recorrer senderos que se alejan o evitan la seguridad que proporciona el leer a algún escritor ya establecido. Y esto, para mí, no tiene precio.

Así que este breve post sirva para agradecer a todos los lectores que compraron La punta del iceberg y para invitarlos a que me manden su crítica a fin de compartirla con otros lectores. También para pedirles que, si les gustó aquello que leyeron, me recomienden a otros lectores.

También quiero agradecer a todos los organizadores del EICAM (Escritores Independientes Capítulo Monterrey), en especial a mi amigo Luis, el haberme permitido mostrar una pequeña parte de mi trabajo a los demás.

Porque eso es lo que significa el título de éste mi primer libro publicado: En un iceberg sólo es visible el 10% de su volumen. El 90% permanece sumergido.

Vendrán más obras mías. Eso que permanece bajo el agua poco a poco saldrá a la luz. Los mantendré informados.



9/05/2012

La punta del iceberg


Cuando mi amigo Luis me invitó a participar en el grupo de Escritores Independientes,  capítulo Monterrey —que tendrá un stand en la Feria del Libro de ésta ciudad en octubre próximo— pensé que tenía que presentar algo bueno, impactante. Así que me decidí por  presentarme desnudo ante el público de la feria. Por supuesto, esta no es ninguna estrategia desesperada de marketing, sino mi manera de anunciarles que tendrán la oportunidad de conocerme íntimamente como escritor, con todos mis miedos y obsesiones.

Porque si uno se pregunta cuál es la manera más sencilla de conocer íntimamente a un escritor, la respuesta es simple: pídele a éste que te deje leer todos sus relatos. En ellos encontrarás todo lo que necesitas saber de él o ella. Lo conocerás tal como es, sin máscaras.

La punta del iceberg —libro que pondré a disposición del público— contiene dieciséis relatos que no titubeé en calificar como “asombrosos”. Este no es un adjetivo vacuo, ya que dichos relatos se apartan bastante de los cánones establecidos. ¿A qué me refiero con esto?

El lector avezado (y muchos de los lectores de estas Crónicas Profanas lo son) se habrá dado cuenta de que hasta el momento he evitado utilizar la palabra cuento y la he sustituido por relato. Esto no es gratuito. Si lo hice es porque el género del cuento está bastante subestimado en la actualidad, a tal grado que muchos lectores lo consideran un género menor o, en el mejor de los casos, inferior al género de novela. Para muchos, leer cuentos simplemente no está dentro de sus prioridades lectoras.

¿Por qué, si la historia de la literatura —en especial la latinoamericana— está plagada de grandes escritores de cuentos? Bueno, pues resulta que precisamente ahí está el problema: los cuentos en Hispanoamérica no ha evolucionado como sucede en otras partes del mundo. Se continúan escribiendo cuentos, pero la gran mayoría siguen los mismos cánones que regían en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, en la que reinaba la famosa “Generación del boom” a la que pertenecían Julio Cortázar et al.

Son cuentos de escritores que deseaban acabar con los convencionalismos literarios de la época; cuentos que pretendían contar las cosas de otra manera; cuentos “comprometidos” con las realidades sociales y políticas del momento; cuentos que dejaron a un lado la esencia misma del género, que es la de contar una historia.

En lugar de contar una historia, los cuentos de esa época intentaban trasmitir una idea, describir un estado de ánimo, desnudar una sociedad, llamar la atención hacia seres desposeídos, fracasados, sin esperanza.

Por supuesto, muchos de esos cuentos son verdaderas obras maestras y sus autores grandes escritores. Pero eso debió haber quedado en el pasado y no ser repetido por los escritores que los siguieron. Sin embargo, ese no fue el caso. Los escritores más recientes —con honrosas excepciones— han seguido escribiendo de la misma forma, con los mismos temas, los mismos protagonistas, las mismas situaciones, lo cual ha repercutido en el prestigio del género como tal. Así, la mayoría de los lectores los evitan. Prefieren leer novelas o libros de no-ficción.

En los cuentos modernos abundan las situaciones y las descripciones psicológicas de los protagonistas. Y por lo general empiezan y acaban en medio de nada. No se cuenta una historia, se describe una situación o la psicología de un personaje. Por eso no es de extrañar entonces que los cuentos hayan disminuido su popularidad entre los lectores.

Al contrario que lo que muchos creen, escribir un cuento muchas veces resulta más complicado que escribir una novela. Porque el primero es excluyente, en tanto la novela es incluyente. En el cuento —dada su brevedad característica— lo que queda fuera importa tanto o más que lo que queda. Un cuento bien construido puede dar lugar a una novela, en tanto es imposible reducir una novela a la longitud de un cuento sin que pierda su esencia.

Habiendo dicho lo anterior, transcribo la presentación que tendrá La punta del iceberg:

Lector, el libro que tienes en tus manos no es un libro; son muchos libros. No es un sueño; son muchos sueños. Los dieciséis relatos que lo integran abarcan un período de diez años, que se comprimen entre sus pastas; una década entera, durante la cual esos muchos sueños —o quizá un solo sueño, multiplicado— tomaron forma.
Sin embargo, dicha forma no es definitiva de ningún modo, ya que los relatos conservaron su naturaleza onírica, tanto en su estilo como en su secuencialidad.
Porque, de la misma manera que el sueño —donde nuestra mente se encuentra a merced del azar, donde las imágenes se suceden sin parar, algunas veces caóticas, otras siguiendo una secuencia en apariencia lógica— en La punta del iceberg de uno a otro relato se puede pasar de lo ridículo a lo serio, de lo cotidiano a lo fantástico, de lo sacro a lo profano.
Ningún relato te prepara para el siguiente; ninguna lógica separa a una narración de otra, quizá por completo diferente u opuesta.
Durante la preparación última del libro, y a fin de salvaguardar su naturaleza de sueño —o sueños— se dejaron de lado las convenciones cronológicas y temáticas: no se buscó el hacer avanzar al lector de la aurora al crepúsculo, ni el separar la risa del asco o la reflexión del asombro. Hacerlo de esa manera hubiera sido privar al lector de la oportunidad de establecer por sí mismo su interpretación personal, por medio de la cual el libro adquiere su coherencia, su significado último.

Los espero en la Feria del Libro Monterrey. Y después.

Tengo dieciséis historias que contarles.




5/08/2012

En paro


Recibí la noticia el treinta de marzo pasado. No me la esperaba.

Como marido engañado fui, por decirlo de alguna manera, el último en enterarme: bastó una hora y media —que incluyó visitas al área de Recursos Humanos del corporativo, a la junta de Conciliación y Arbitraje y al banco en donde deposité mi liquidación— para que el prefijo “ex” se incluyera a mi categoría de empleado. Fue una operación de precisión, de esas que en las notas de prensa califican como “quirúrgicas”.

Y la verdad es que, como todas las operaciones quirúrgicas, duele. Después de un largo  período de quince años y medio de trabajar en la empresa, todo acabó: me habían despedido; me habían dado avión; me habían reajustado; me habían corrido… estaba en paro. Me gusta más utilizar ésta última expresión al estilo español que las anteriores, ya que es la que mejor se ajusta a la situación a la que me enfrenté.

Porque de alguna manera el mundo —mi mundo— pareció detenerse, entró en paro. Y la vida real, esa vida en la que había estado viviendo tan sólo una hora y media antes, seguía su camino, empezando con su desfase. Debía notárseme este desfase en la cara cuando regresé a mi lugar de trabajo para recoger mis cosas y empezar a guardarlas en una caja, ya que mis compañeros parecieron ignorarme. Quizá estaban tan sorprendidos como yo, quizá fingían estar muy ocupados en sus tareas porque no sabían que decirme. O quizá sabían que, si ya me había tocado a mí, ellos podrían ser los siguientes.

En cualquier caso, al estar guardando mis cosas en una caja empezó a infiltrase en mi consciencia la realidad del paro: ahí estaba yo, guardando las cosas más inverosímiles que sacaba del cajón del escritorio. Cosas que en su momento habían dado un sentido a mi trabajo, pero que ahora entre mis manos se veían extrañas.

En fin, que terminé de guardar mis cosas y me despedí de mis compañeros, aún ausentes, aún sorprendidos. Mucho ánimo, buena suerte, sé que pronto encontrarás un trabajo mejor fueron las frases que me acompañaron mientras salía de la oficina y me enfrentaba —cara a cara— con El Paro.

No era la primera vez que lo hacía, sin embargo. 17 años atrás ya había enfrentado lo mismo. La diferencia era que en ese entonces no tenía dos hijos ni tampoco cincuenta años. O sea que era lo mismo, pero diferente. Cuando llegué a la casa y le di la noticia a mi esposa, ambos sentimos una sensación de deja vú. La diferencia era que ésta vez recibí una mayor compensación por mi liquidación, por lo cual no quedé prácticamente  en la calle como la vez anterior (A propósito, mi esposa tomó la noticia con calma. “¡Ya lo sabía!” comentó como una pitonisa).

Para aquellos que nunca se han encontrado en paro: El paro es una de las peores cosas que pueden ocurrirle a alguien, no sólo por los ingresos que dejas de recibir o por la incertidumbre con respecto a su duración, sino porque también te coloca en una especie de limbo.

Atraviesas por varias etapas. La primera de ellas es la más dura y tiene que ver con ese desfase que comenté más arriba. De súbito, aquella vieja amante que es la Costumbre te abandona, dejándote completamente solo.

Todo el mundo se queja alguna vez de lo rutinario de sus vidas. Vemos a la rutina como algo perverso, como una prisión, sin darnos cuenta que la rutina es precisamente aquello que le da sentido a nuestros actos cotidianos, aquello que nos permite emplear al máximo nuestras potencialidades, que nos sirve de guía en un mundo cada vez más caótico.

Cuando estás en paro careces de puntos de referencia. No tienes horarios, tus desplazamientos son diferentes, confirmas que en la televisión pasan la misma basura todo el día a toda hora, te das cuenta que mucha gente hace muchas cosas en las horas que tú estabas encerrado en la oficina, lavas platos, recoges la casa, limpias la caja de arena del gato. No oyes el tic-tac del reloj porque no hay reloj.

Es en este período de confusión cuando entras en la siguiente etapa del paro, que es el de la procrastinación. Para los que no conozcan esta palabra, significa: dejar las cosas para más tarde, para después, para mañana.

Sabes que estás en paro y que es preciso que te pongas de inmediato a corregir tu situación. La liquidación que te dieron no te va a durar mucho tiempo. Tienes que actualizar curriculums; tienes que hablar con varios conocidos tuyos; tienes que buscar empleo en bolsas de trabajo, en el periódico, en LinkedIn… Tienes que hacer todo ello pero, ¿sabes qué?, mañana empiezo. Y cuando llega “mañana”, lo dejas para el día siguiente. Y así van pasando los días del paro, en medio de la procrastinación.

Esto no es gratuito. No es producto de la pereza ni de la indolencia. El que está en paro sabe que debe moverse deprisa si quiere salir de su situación. Lo sabe, pero no puede hacerlo. ¿Por qué?

Porque con el paso de los días en paro llega el momento en que te das cuenta que ese desfase de la primera etapa ha alcanzado proporciones inconmensurables. En pocas palabras: entre tu realidad y la realidad hay un abismo tan ancho y profundo como el de la Barranca del Cobre en Chihuahua.

En mi caso particular, tiene que ver con mi edad. Porque por más actualizado que estés en tu trabajo nunca logras empatarte con el mundo real, que avanza a un ritmo más rápido. Quizá en tus funciones estés al tú con tú con ese mundo real, pero éste no se detiene en acumular experiencia, y tú sí.

Veintiocho años de experiencia en el ambiente financiero no significan realmente mi as bajo la manga, sino que se convierten en un lastre. (Según la estadística en México, sólo un 11% de los que pierden su trabajo después de los 50 años logran colocarse de nuevo, al menos en un puesto con un ingreso similar al que tenían).

Mi experiencia significa especialización para mis empleadores potenciales, a quienes resultará muy difícil convencer de que puedo hacer muchas más cosas que en el puesto que tenía hasta el 30 de marzo pasado.

Así que así estoy ahora, empezando a romper la barrera de la procrastinación. Ya he empezado a reconstruir mis horarios y estoy empezando el contacto con personas que creo me pueden ayudar a salir del paro.

Aunque, pensándolo bien, quizá estoy haciendo de todo esto una tormenta en un vaso de agua. Tal vez ni siquiera me pueda considerar en paro y pueda hacer mía la frase que  dijo durante el juicio el abominable Anders Behring Breivik (el autor de la masacre en Noruega el año pasado): “No estoy desempleado, soy escritor”.

Porque antes y después del 30 de marzo pasado he seguido con lo que mejor hago: escribir. He terminado con la segunda novela de la serie Gloria y estoy iniciando la tercera. Ahora sólo me falta que me publiquen.

El reloj hace tic-tac. Lo oigo. 


3/24/2012

La verdad del Efecto Mariposa (revisitado)

El amable comentario de un lector de estas Crónicas me trajo a la mente un antiguo problema que tiene el servicio de Blogger: pasados post que pueden ser interesantes para alguien quedan enterrados en el archivo.

Por supuesto, todos pueden consultar el archivo (para eso está) pero la verdad es que muy pocos lo hacen. Yo me pregunto, ¿cuántos de los 1400 lectores del post "No me gustan los Lunes", publicado el 28 de enero de 2011 —el más popular hasta la fecha— han escarbado en el archivo para ver qué más encuentran?

Otra cosa que comenta J.O. (ese amable lector de que hablo) es la cuestión de los pocos comentarios que recibo. ¡Vamos, comenten!, que ese es uno de los principales motivos por los que empecé a escribir mis Crónicas Profanas: este blog fue concebido para ser interactivo, para que hubiera un espacio abierto para intercambiar ideas y puntos de vista.

Yo publico todos los comentarios, aunque algunos me sean adversos. El único problema es que en ocasiones reviso el blog muy de vez en cuando. Sin embargo, si empieza a haber un flujo de comentarios que lleve a discusiones y debates de altura tengan por seguro que seré más puntual en revisar el blog.

Dicho esto, les dejo aquí el enlace del que les hable en un principio y que quedó enterrado en el archivo de estas Crónicas:

http://cronicasprofanas.blogspot.mx/2008/06/la-verdad-sobre-el-efecto-mariposa.html

Espero que se les haga interesante a aquellos que no escarbaron en el archivo.

También espero sus comentarios. Compartan sus puntos de vista, no sólo conmigo, sino con los demás lectores.

1/15/2012

Hosanna en los circuitos


Vivimos en un mundo extraño. Sin embargo, no importa cuánto estemos acostumbrados a su extrañeza, siempre habrá algo que nos sorprenda. Así, el pasado día 6 del presente, leí en el diario Reforma la noticia de que el gobierno de Suecia reconoció oficialmente a la iglesia del Kopimismo. A primera vista, el hecho no parece tener mayor relevancia. Después de todo, la libertad de culto es una de las prerrogativas de todas las democracias, ¿no?

 Sin embargo, cuando me entero que la doctrina del Kopimismo considera la transferencia de archivos en Internet como un acto religioso…

“Para la iglesia del Kopimismo, la información es sagrada y la copia es un sacramento. La información tiene un valor en sí misma y en lo que contiene, y ese valor se multiplica a través de la copia… Por lo tanto, la copia es fundamental para nuestra organización y sus miembros”, informa la nota de Reforma de un comunicado publicado por la BBC.

Isak Gerson, estudiante de filosofía, 19 años, fundador y líder espiritual del Kopimismo (que cuenta con 3 mil adeptos) dijo: “Ser reconocidos por el estado de Suecia es un gran paso para todos. Esperemos que este sea un paso hacia el día que podamos vivir nuestra fe sin temor a la persecución”. Aunque la copia es fundamental para la organización y sus miembros, el líder aclara que no están a favor del intercambio de archivos ilegales, sino que más bien abogan por hacer los contenidos accesibles a todo el mundo, oponiéndose a leyes que puedan coartar esos derechos.

No sé qué piensen ustedes, pero esto me huele a chamusquina (como el “Partido Verde Ecologista de México” o la iglesia de la Cienciología). Porque —hasta donde yo sé— el compartir archivos por Internet no es una actividad punible; lo que es punible es la transferencia de contenidos “pirata”. Así que lo único por lo que alguien perseguiría a un miembro del Kopimismo sería por compartir un archivo ilegal, no por ser devotos de los símbolos CTRL+C y CTRL+V ni por lo cutre de su “doctrina”.

De este reconocimiento del gobierno sueco a la iglesia del Kopimismo podemos extraer algunas conclusiones interesantes:
1) Suecia está gobernada por idiotas… o por hipócritas.
2) Cualquier estudiante de filosofía frustrado puede inventar una religión a modo que se adapte a su frustración.
3) Para ser adepto del Kopimismo sólo necesitas decir: “soy kopimista”.

Con respecto al primer punto, me inclino por el bando de los hipócritas. Si hemos de creer a Henning Mankell o a Stieg Larsson, la sociedad sueca está repleta de nazis y el golpear mujeres es casi un deporte nacional. Por supuesto, ambos escritores son de “izquierdas” y sus juicios deben estar por lo tanto sesgados (estarían igualmente sesgados si  fueran de “derechas”. No importa a cuál de los dos bandos pertenezcas, tus juicios resultan  forzosamente sesgados por ello). En fin, que la imagen del Estado de Beneficio modelo de Suecia muestra manchas muy feas. El hecho que el gobierno sueco haya cedido a dar la categoría de religión a un engaño tan patente como lo es la iglesia del Kopimismo, es prueba de que desea ser visto como un Estado liberal y  “políticamente correcto”… Eso o Suecia realmente está gobernada por idiotas.

Con respecto al segundo punto: No importa que seas seguidor de Cristo, de Alá, de Buda o de Confucio —por mencionar sólo a las religiones más populares— es normal que adaptes a tu modo la religión que profesas. De no hacerlo así, caerías en comportamientos y actitudes muy peculiares que te llevan muy fácilmente a convertirte en un fanático. Admitámoslo: todos los libros sagrados fueron escritos hace mucho tiempo, al menos mil, dos mil o tres mil años atrás y muchos de sus preceptos, rituales e historias resultan francamente anacrónicos en el siglo XXI. Las sociedades también han cambiado, han evolucionado, y no se parecen en nada a las sociedades de hace mil o dos mil años.

Por lo tanto, repito, no sólo es sano, sino recomendable, adaptar nuestra creencia particular a nuestro modo, a nuestra vida diaria. Sin embargo, esta adaptación no significa que renunciemos a los significados profundos de la religión que profesamos: su doctrina, sus creencias, su contenido ético y moral.

Muy diferente a lo anterior resulta el inventarse una religión a modo, como lo hizo L. Ron Hubbard, mediocre escritor de ciencia ficción, con la Cienciología; o como lo hicieron los narcos con Malverde o con la Santa Muerte. Esas no son religiones, sino pseudo-religiones, ya que carecen de doctrina o de dogma. Son simples intentos de llenar un vacío —en el primer caso— o de racionalizar comportamientos antisociales en los dos últimos casos.

Al igual que la iglesia del Kopimismo, que es un burdo truco para evitar ser sancionado por intercambiar archivos ilegales en Internet. Como el “fuero” de nuestros políticos mexicanos, el reconocimiento del Kopimismo como religión les permitirá a Isak Gerson y a  sus tres mil seguidores cambiar impunemente sus archivos electrónicos piratas. Bueno, al menos lo podrán hacer en Suecia, en donde no podrán ser tocados, ya que el hecho podría ser señalado —legalmente— como un acto de “persecución religiosa”.

Por último, es muy fácil adoptar una creencia cuando ésta carece de sustancia. Cuando no es necesario comprometerse o ceñirse a un sistema de normas éticas y morales. Es por ello que resulta tan fácil creen en los OVNIS, en la astrología, las profecías de Nostradamus, los poderes paranormales o los fantasmas. No necesitas comprometerte con nada ni con nadie, no necesitas seguir ciertas reglas de conducta ni ayudar a tus semejantes. Simplemente basta con cerrar tu pensamiento crítico, ignorar miles de descubrimientos científicos y  aceptar pruebas anecdóticas o espurias. También, basta con que seas sueco y quieras bajar algo de Pirate Bay sin ser molestado para que abraces gustoso y seas admitido en la iglesia del Kopimismo. La constitución sueca te protege.

Ahora bien, alguien podrá preguntarse el por qué no incluí a los ateos en mi diatriba. No los incluí por la sencilla razón de que conozco a muchos ateos que podrían servir de ejemplo a la mayoría de los creyentes con los que me he topado. No sólo tienen un comportamiento más ético y moral, sino que están exentos de la angustia existencial que paraliza a muchos “creyentes”. No buscan su salvación individual ni la de los demás. Simplemente saben que pertenecen a una sociedad y siguen sus reglas.  Saben lo que es bueno y es malo. No temen al pecado, sino a su propia fiabilidad.

Por lo anteriormente expuesto, alguien podría pensar que estoy en contra de la iglesia del Kopimismo. Eso no es cierto. Considero que cada persona es libre de creer o no creer en lo que quiera, siempre que dicha persona no intente convencer a los demás que su verdad es la única verdad; que no intente imponer sus creencias particulares a terceras personas; que acepte que la suya es sólo una de muchas creencias y que respete otros puntos de vista.

Isak Gerson cuenta con mi simpatía. Lo suyo fue un truco burdo, pero efectivo. Ayudó a exhibir la hipocresía del gobierno sueco y abrió una vía alterna a la voracidad de los verdaderos bucaneros de Internet: las industrias del cine y la música (aquí pueden leer mi punto de vista acerca de la piratería).

Si acaso el próximo día 24 de enero se llega a aprobar la infame ley SOPA, es casi seguro que al otro día me acercaré a la página web de la iglesia del Kopimismo para ver cuáles son los requisitos para pertenecer a la congregación.

 Así podré decir: Copy-Paste. Amén.



Post Scriptum: Cuando le enseñé la noticia a mi hija Ana Sofía, le hizo mucha gracia y se le  ocurrió parodiar Los Diez Mandamientos, versión Kopimista. He aquí nuestra versión, que inventamos entre los dos:
Los diez mandamientos Kopimistas:

  1 Amarás a tu CPU sobre todas las cosas.
  2 No tomarás el nombre de Internet en vano.
  3 Santificarás las teclas.
  4 Respetarás el P2P y el HTLM.
  5 No crearás virus ni malwares.
  6 No chatearás con la mujer de tu prójimo.
  7 No comprarás nada fuera de iTunes.
  8 No te ocultarás tras un nick.
  9 No hackearás.
10 No codiciarás las IP ajenas.