5/11/2011

Osama en los infiernos

Ciento dieciséis meses después de se asentara el último grano de polvo de los escombros de las Torres Gemelas del World Trade Center, un número indeterminado de gramos de plomo disparados a gran velocidad pusieron fin a la vida de Osama Bin Laden.

Las reacciones a nivel mundial fueron variadas, pero previsibles: multitudes de gringos festejando en diversas ciudades; los altos clérigos de Irán afirmando que todo era una farsa, que Bin Laden había muerto de enfermedad y no asesinado por los gringos; en México y en otras partes del mundo dudando que lo hubieran matado —¿dónde están las pruebas, dónde las fotografías?—; comentaristas señalando el error de Estados Unidos al haber asesinado al líder moral (que no espiritual) de Al-Qaeda y no haberlo capturado vivo para juzgarlo; pequeños grupos de adolescentes fanáticos anunciando su venganza; Pakistán mosqueado porque no les avisaron del “raid” de los SEALS; el mundo entero esperando la próxima oleada de fanatismo terrorista que asolará al mundo…

Sin embargo, algo que estuvo ausente en las reacciones fue la gran manifestación popular  de repudio en los países musulmanes. Y esa ausencia no sucedió porque varios países de Oriente Medio y África se encuentran actualmente sumidos en movimientos de rebelión en contra de sus gobernantes, sino simple y sencillamente porque entendieron que el asesinato de Osama Bin Laden por Estados Unidos fue un acto de venganza.

Los gringos no pretendían escenificar por enésima ocasión su papel de Guardianes del Mundo, símbolos de la Libertad y la Democracia. Tampoco quisieron hacer alarde de su maestría insuperable en el arte de la doble moralidad, ya que no hay nación en el mundo que los supere. No, lo que los gringos querían hacer (e hicieron) fue matar a Bin Laden para vengar la muerte de tantos y tantos inocentes.

Por supuesto, este acto de venganza ha sido duramente criticado en occidente, por políticos e intelectuales, por artistas y líderes de opinión. No les quedaba otra: en occidente hablar de venganza es algo políticamente incorrecto. Más no así en los países musulmanes y en otros tantos países de Asia, en donde la venganza forma parte de su cultura milenaria.

Occidente, al criticar a los gringos por vengarse, caen en esa doble moralidad que tanto nos repugna a todos. Aceptamos, como parte de sus “usos y costumbres”, la venganza de los gitanos, la “vendetta” de los sicilianos. Pero la venganza gringa nos da “asquito”.

Ojo por ojo, mano por mano, pie por pie: la llamada Ley del Talión. Sin embargo, Isaac Ásimov nos informa que ésta fórmula no se utilizaba como sinónimo de venganza, sino como una justa retribución en casos de indemnización. Un concepto mercantil que con el tiempo se trocó en concepto moral.

Hasta ahora, sólo en la mente occidental ha surgido el concepto de “mártir” en la muerte de Osama Bin Laden. Incluso los gringos se curaron en salud y lo arrojaron al mar, temerosos de que de haberlo enterrado hubiera dado lugar a un sitio de peregrinación. Ningún musulmán fanático ha mencionado seriamente el concepto de “mártir”.

Porque Osama Bin Laden no fue un mártir. No cayó mientras realizaba una Yihad, sino que fue perseguido durante ciento dieciséis meses con el fin de asesinarlo. Él mató a gente en los Estados Unidos y éstos lo mataron en venganza. Para un musulmán, ese fue un acto tan natural como la ausencia de lluvia en el desierto, como la verdad del sagrado Corán.

Yo no soy vengativo ni siquiera rencoroso, pero se me hace bien que Osama Bin Laden ya no pertenezca al mundo de los vivos. Lo que él hizo en esta tierra fue crear una situación en la que nadie, absolutamente nadie, ha salido ganando. Los atentados a las Torres Gemelas han sido el ejemplo más claro del perder-perder que  se haya visto jamás.

Yo no soy nadie para juzgar a Osama Bin Laden. Sólo Alá, en su infinita sabiduría, le dará el lugar que se merece luego de su paso por la tierra.

Esperemos que ese merecido lugar sea en el Infierno.