6/24/2010

La cuadratura del círculo: México y el 5° partido

La idea del tiempo cíclico está profundamente arraigada en la psique del mexicano. Nada lo convence de aceptar esa otra idea —prevaleciente en el siglo diecinueve, principalmente en humanistas y socialistas— del tiempo lineal.

Y no es culpa suya. La realidad ha sido la encargada de grabar con fuego en cada mexicano la idea de que el tiempo no se encamina de forma inexorable hacia un futuro distante, sino que dicho tiempo llega hasta un cierto momento y, más que terminar, inicia de nuevo un ciclo.

Los aztecas hablaban de cuatro soles (edades) que habían precedido al actual, cada uno de los cuales terminaba con grandes catástrofes naturales. Los mayas tenían su “cuenta larga” (que termina, irónicamente, el día de mi cumpleaños en 2012).

Después vinieron los ciclos de 100 años: Independencia (1810) y Revolución (1910). En este año del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución, muchos en México se preguntan si no está cercano el final-inicio de un ciclo.

El mexicano actual ha creado una cosmogonía acorde a su realidad cotidiana y la duración de sus ciclos son más reducidos, de cuatro y seis años. El primero se refiere al torneo de la Copa del Mundo. El segundo es por el cambio sexenal del poder ejecutivo (curiosamente también es en 2012).

El que me interesa comentar aquí es el primero de estos ciclos, que parece estar llegando a su fin después de la derrota en Sudáfrica 1-0 del equipo mexicano ante Uruguay. Si los antiguos aztecas hablaban de un “quinto Sol”, el mexicano actual habla de un “quinto partido”.

Y en este caso la catástrofe natural que marcaba el ciclo azteca se presenta en la forma de la selección nacional argentina.

El próximo domingo, México se enfrenta a Argentina. Y cada mexicano se enfrenta al final de un ciclo. Hay que ser mexicano para comprender esa angustia existencial que se presenta antes de que el ciclo llegue a su final-inicio.

La sensación de deja-vú es abrumadora: en el 2006, durante la Copa Mundial en Alemania, fue precisamente Argentina quien sacó del torneo a México. En el cuarto partido. Fin del ciclo. Comienzo del ciclo.

Aún cuando el mexicano sabe que es otra la sede mundialista y que son otros los jugadores, la sensación de que la historia se repite es inquietante. Porque lo que se vive actualmente en estos días previos al partido ya ocurrió anteriormente.

La misma emoción del primer encuentro se tornó en euforia en el segundo y en cautela en el tercero. Si el tiempo fuera lineal, México podría haber empatado o (¿por qué no?) ganado al equipo de Uruguay, impidiendo así el enfrentarse a Argentina en el cuarto partido.

Pero, no. México tiene que enfrentarse a Argentina porque el tiempo es circular. México tiene que perder el partido porque así lo marca la regla inmutable: los ciclos terminan con una catástrofe. (Si el mexicano es percibido en el mundo como un pueblo supersticioso, que anda siempre en busca de un mañana con soluciones mágicas, es precisamente por este tipo de eventos en los cuales la realidad y la ficción se mezclan. México es el país surrealista por excelencia).

Ahora bien, ¿qué tan cierto es esto? ¿Realmente en México el tiempo es circular? ¿No hay alguna manera de romper con la sucesión infinita de círculos temporales?

Una primera aproximación es consignar los hechos: Hoy por hoy, la selección de Argentina es la que ha mostrado el mejor juego, tiene entre sus filas a varios de los mejores jugadores de futbol del mundo, ya ha sido campeón en un mundial y sin lugar a dudas es superior, no sólo a México, sino a otros participantes del torneo.

Sólo los niños y los optimistas inveterados predicen el triunfo de México sobre Argentina y el pase al famoso, y hasta ahora inalcanzable, “quinto partido”. Así que se puede llegar a decir que, efectivamente, en México el tiempo es circular.

Pero (y esto es ignorado por muchos fuera de México), los mexicanos sabemos que existe una fórmula probada para alterar el tiempo. Los aztecas la utilizaron con buenos resultados, aunque en su caso no se trataba de alterar el ciclo temporal, sino de perpetuarlo.

Como los aztecas creían en un tiempo circular, y que cada ciclo duraba 52 años, ofrecían a los dioses sacrificios humanos para que el tiempo no llegara a su fin al término del ciclo, sino que iniciara un nuevo ciclo que les daría otros 52 años de tranquilidad. (Los españoles fueron los primeros en comprobar que el sistema funcionaba, ya que de no haber sido así, no hubieran encontrado a nadie vivo).

Claro que ahora, en pleno siglo veintiuno, el sacrificio de seres humanos para alterar ciclos temporales está fuera de toda lógica, por lo cual, a fin de que el equipo de México le gane a la selección de Argentina, sólo se puede recurrir a señalar lo siguiente: que si bien el triunfo de México sobre Argentina es improbable, no es imposible.

Pero esperen… ha sido tanta la frustración por nunca llegar al quinto partido, que quizá esa sea la explicación de por qué el Gobierno (decidido a emular a los antiguos aztecas y alterar el tiempo circular) le haya declarado la “guerra” al narco al inicio del ciclo en 2006.

Hasta la fecha, 25,000 sacrificios humanos no es una cifra nada desdeñable para romper el ciclo y permitir a la selección mexicana jugar su quinto partido.

¿Funionará de nuevo? Eso lo sabremos el próximo domingo.

6/22/2010

El rey tuerto

En éste último fin de semana, la muerte de Carlos Monsiváis ha levantado un vendaval de reacciones, todas ellas positivas, lamentando su pérdida. Como la muerte de Monsiváis casi coincidió con la muerte de José Saramago, hubo quienes afirmaron que la pérdida literaria fue por partida doble. Como si hubiera un punto de comparación entre los dos escritores.

En lo personal, considero que la muerte de Carlos Monsiváis se hermana más con una muerte acaecida hace casi un año y que no tiene nada que ver con la literatura. Me refiero a la muerte de Michael Jackson.

“Un genio”. “El más grande artista que haya existido jamás”. “Sin su enorme contribución, la música actual sería imposible”. Estas y muchas otras frases hiperbólicas amortajaron el cadáver de Michael Jackson. Y hubo muchas personas —sobre todo los muy jóvenes— que se lo creyeron todo.

Y mientras se sucedían los halagos exagerados (alentados por los promotores de la fallida gira “This is it” que trataban de encontrar la manera de recuperar su inversión) muy pocas voces —si es que hubo alguna— recordaban al mundo de que hacía tan sólo ocho años, en 2001, el “Rey del Pop” había demandado a Sony por supuestamente no promocionar su álbum “Scream” el cual, aunque sí se vendió, no lo hizo con el enorme éxito de sus dos álbumes anteriores, “Bad” y “Thriller”.

Pero ni con toda la promoción del mundo hubiera podido la disquera levantar las ventas de “Scream”, por la sencilla razón de que Michael Jackson se había vuelto… aburrido.

Sí. Porque al contrario de —por ejemplo— Madonna (quien en cada temporada cambiaba de look o de estilo) Michael Jackson seguía mostrando más de lo mismo: las canciones eran muy similares, los mismos pasos de baile individuales, el mismo baile en grupo. Aburrido.

Y si a esto le agregamos los escándalos por pederastia (de los cuales estoy seguro que fue inocente) y los problemas financieros derivados de dichos escándalos, podemos entender el por qué mucha gente no estaba emocionada cuando anunció que haría una nueva gira.

Tuvo que ser su repentina muerte lo que, paradójicamente, le dio vida a Michael Jackson.

Lo que nos lleva de nuevo a Carlos Monsiváis. Aquí también abunda lo hiperbólico: No lo bajan de “genio”, “maestro” o “cronista de lo cotidiano de conocimiento enciclopédico”. Al igual que con “Jacko Waco”, mezclan su vida personal con su obra, a tal grado que resulta difícil separar una de la otra.

Nada tengo que decir ni que objetar de la vida personal de Carlos Monsiváis. Para mí, la vida personal de un escritor es irrelevante. Lo único importante son sus obras literarias.

Y si en lo personal Carlos Monsiváis fue un gran hombre y un gran mexicano, en lo profesional fue un escritor mediocre, que cometió el mayor pecado que puede cometer un escritor: ser ilegible.

Carlos Monsiváis pudo haber tenido una cultura excepcional y también un conocimiento enciclopédico, pero cuando trataba de plasmar sus ideas en sus escritos el resultado era muy malo, llegando la más de las veces a ser espantoso.

Por supuesto, muchos son conscientes de ello, pero como no quieren ser “políticamente incorrectos”, dicen que la prosa de Monsiváis era “heterodoxa” o “barroca”.

Otra de las supuestas “virtudes” de Monsiváis era su amplio espectro de intereses, que iban de la Literatura (así, con mayúsculas) a lo popular, de Shakesperare al “Blanquita” o teatro de carpa.

Esto puede realmente ser una virtud. Sin embargo, en manos de Monsiváis dicha virtud se trocaba en vicio. Sus digresiones al escribir eran tan profusas y ramificadas que lo llevan a uno a preguntarse si Carlos Monsiváis era acaso el único que se entendía a sí mismo.

Quedan algunas de sus frases, aforismos y “ocurrencias” como diría Octavio Paz, pero no mucho más que eso. México ha perdido sin duda a un hombre excepcional, que merece ser recordado con cariño. Pero no ha perdido a un gran escritor.

Si se ha armado tanto alboroto con la muerte de Carlos Monsiváis es porque sencillamente en México —salvo Carlos Fuentes— no existe una figura literaria viva importante.

Aquí se cumple aquél antiguo adagio que dice: En tierra de ciegos, el tuerto es rey.



6/18/2010

Ni futbolistas locos ni toreros cobardes

Mientras veía el noticiero del lunes por la noche, pasaron unas imágenes en las que se veía a un torero enfrentando al toro bajo la lluvia. Estaba a punto de cambiar de canal (si pasan una escena taurina en un noticiero, de seguro el torero va a resultar herido) cuando sucedió lo increíble: el toro embistió, el torero le dio un muletazo al toro y ¡echó a correr!

El torero corrió hasta la barrera, la saltó (los abucheos de los aficionados se mezclaban con el sonido de la lluvia) caminó por el callejón y se acercó al que parecía el juez de plaza. Después apareció de nuevo en el ruedo y alguien le pasa la gorra o como sea que se llame eso que usan los toreros en la cabeza. El torero toma la gorra y la regresa. Luego volvió al ruedo con las manos sobre la nuca.

Yo no sabía lo que estaba haciendo el torero hasta que éste separó las manos y enseñó su coleta cortada. La lluvia caía. Los abucheos no cesaban. Luego, como si ofreciera una oreja al público, abandonó el ruedo.

El juez de plaza Roberto Andrade ordenó que detuvieran a Christian Hernández, novillero de 22 años, pues estaba faltando al compromiso para el que fue contratado, al negarse matar a su segundo toro de la tarde.

No soy en absoluto un aficionado al toreo. Aunque respeto a quienes gustan del espectáculo de la tauromaquia, en lo personal defino al toreo como la manera más cruel de matar a un bovino. (Por otro lado, no soy uno de esos fanáticos que se alegran cuando un toro coge al torero. Para mí, el torero siempre resultará más valioso que un toro).

La reacción general ante el incidente en la Plaza México fue de desprecio y de burla. De inmediato, el novillero queretano fue calificado como cobarde.

“El torero cobarde” podía leerse en cada nota o video relacionado. Sin embargo, ¿qué tan adecuado es el adjetivo cobarde en este caso?

Veamos el punto de vista del ex novillero: "Hice mi declaración frente al juez, le expliqué que tuve mucho miedo y que no podía matar a ese novillo. Para los taurinos puede ser un hecho inexplicable, pero para mí está perfectamente claro. La profesión que yo creí que era mía no lo es. Respeto y admiro a todos los toreros, hay que tener muchos huevos para ponerse delante de un toro, y a mí hoy, me faltaron".

Si todos lo calificaron de cobarde; si el mismo Christian Hernández admitió haber sentido miedo y huido, ¿por qué cuestiono este calificativo de cobarde?

Porque para mí, lo que hizo Christian Hernández esa lluviosa tarde en la Plaza México fue cualquier cosa, menos un acto de cobardía.

¿Recuerdan la Copa del Mundo en Alemania hace cuatro años? ¿Recuerdan el partido final entre Francia e Italia?... ¿Zinedine Zidane les dice algo?

En ese partido final, Zidane marcó un gol de penalti, poniendo a Francia por delante. Sin embargo, Italia forzó la prórroga, y a los cinco minutos del segundo tiempo suplementario, tras un altercado con Marco Materazzi, éste lo insultó y Zidane le propinó un cabezazo en el pecho, lo que le valió su expulsión por tarjeta roja directa.

¡En la final de la Copa del Mundo! ¡En el que iba a ser su último partido como profesional! Todo el mundo sabía que Zindedine Zidan era temperamental. Materazzi lo sabía. El propio Zidan lo sabía. Vino el insulto cuando ambos jugadores se alejaban. Zindan se detuvo y se volvió. Se acercó a Materazzi y le dio el cabezazo en el pecho.

En ese período de tiempo que medió entre el insulto de Materazzi y el cabezazo que éste último recibió, Zidan sabía que se jugaba la final de la Copa del Mundo; Zidan sabía que su reacción le acarrearía la expulsión. Y, sin embargo, a Zidane nada de esto lo detuvo: le asestó un cabezazo en el pecho al que lo insultó y salió expulsado de la cancha.

Volvamos al ruedo de la plaza México. La lluvia cae. Los abucheos e insultos son cada vez más fuertes. Christian Hernández se acaba de cortar la coleta. Ahí, bajo la lluvia, muestra en su mano la coleta cortada.

Hernández sabe que hizo mal al huir del toro. Sabe que el repudio de los aficionados está justificado. Sabe que ha traicionado a todos aquellos que lo apoyaron. Y ahí lo vemos, con el brazo extendido, mostrando la coleta en la mano derecha y una expresión en la cara que dice más que mil palabras.

Christian Hernández quizá le haya tenido miedo al toro, pero no le tuvo miedo al público. De ahí el corte de la coleta, ese acto simbólico con el que da por terminada su carrera como torero.

Como dije anteriormente, no soy un aficionado a los toros, pero ese momento me pareció sublime. No vi a ningún torero cobarde. Vi a un hombre valiente que decía con sus gestos: ¡Sí, me equivoqué! ¿Y? Aquí tienen la coleta. Ya todo acabó.

Con aquél cabezazo al pecho, con esa coleta cortada, vemos que no existen los futbolistas locos ni los toreros cobardes. Tan sólo existen los hombres.

Así, sencillamente: hombres.


6/11/2010

Inventos malditos

Japón es el único lugar del mundo donde hay saludadores profesionales. Algunas tiendas tienen empleados cuyo único trabajo consiste en recibirte con una reverencia cuando traspasas sus puertas. Parece un buen detalle de su parte, hasta que recuerdas que un karateka también te hace una reverencia antes de molerte a patadas.

Hoy voy a reseñar dos inventos que, para mí, se encuentran entre los más abominables concebidos jamás por mente humana. Y resulta que ambos son inventos japoneses.

Esto puede ser casualidad, ya que en lo personal no tengo nada contra los japoneses. Me parecen un pueblo amable y laborioso. Sin embargo, sus constantes sonrisas y reverencias ocultan un lado siniestro.

No hace falta más que ver sus programas de concursos para saber a qué me refiero.

En los programas de concursos occidentales, el concursante que no atina a la pregunta o no alcanza a superar el obstáculo de un juego queda simplemente eliminado y no obtiene el premio. En los programas de concurso japoneses, por el contrario, no les basta con eliminar a un competidor, sino que además lo castigan por haber perdido.

¿El concursante no pudo responder correctamente a la pregunta? ¡Pues entonces tiene que besar a un cangrejo vivo mientras el conductor del programa le arroja una cubeta de crema agria en la cabeza!

Y lo más asombroso de todo es que no sólo los espectadores del programa aplauden y ríen a carcajadas, sino que también el concursante castigado no aguanta la risa mientras besa al cangrejo y se llena de crema. (Entonces, más que un lado siniestro, se puede decir que los japoneses tienen un sentido del humor siniestro).

Pero vayamos a nuestros dos inventos malditos.

El primero de ellos se llama Tamagotchi y es una mascota virtual creada en 1996 por Aki Maita. No me detendré en su descripción porque creo que ya todo el mundo lo conoce.

Le regalé uno a mi hija en una navidad cuando ésta tenía nueve años. Como el aparatejo tenía sólo tres botones, a mi hija no le tomó más de doce nanosegundos entender cómo funcionaba y se puso a jugar con éste, mientras me explicaba qué era lo que se hacía con un tamagotchi: sólo había que cuidarlo.

Había que darle de comer, llevarlo al baño, jugar, regañarlo o felicitarlo, curarlo de alguna enfermedad y encenderle y apagarle la luz. En otras palabras, salvo pagar las colegiaturas, tener un tamagotchi era como tener un hijo propio.

En ese momento pensé que, después de todo, el tamagotchi podría tener un influjo positivo en mi hija. Aunque era una niña, quizá le haría bien una práctica pre-futuro. (Ni se me vino a la cabeza el hecho de que le había regalado a mi hija ¡un invento japonés! ¿Vieron esa película de terror japonesa, The grunge? Pues les digo que no es nada comparado a lo que pasó).

Al principio —como en toda película de terror— todo fue normal. Mi hija “empolló” un huevo virtual y esperó. Esperó. Esperó. Esperó. Esperó. Esperó... ¡El maldito huevo no eclosionaba! (Ya no recuerdo cuánto tiempo, según las instrucciones, había que esperar a que naciera el tamagotchi). Sin embargo, sí me acuerdo que mi hija empezaba a treparse por las paredes cuando un pitido estridente anunció que el tamagotchi había nacido.

Mi hija tomó el tamagotchi y, en vez de estar feliz por el nuevo recién nacido, puso cara de esposa cuando le dices que quizá no alcance para comprar esos zapatos tan bonitos.

—¿Qué pasó?— le pregunté.

—Fue niño y yo quería niña — me respondió.

No soy japonés y por lo tanto me quedé con la boca abierta cuando mi hija me explicó que no sólo había tamagotchi niño y tamagotchi niña, sino que había tamagotchi conejo/gato y tamagotchi pato verde.

Y que los tamagotchis se llamaban Mametchi, Kuchipatchi, Masktchi, Memetchi, Chamametchi (este es un conejo hermanita de Mametchi), Gozarutchi, Makiko, Mimitchi, Androtchi (un robot), Violetchi (un oso), Hanatchi (una lombriz) y Makakito que es un “fantasmita”.

Todos ellos vivían en una ciudad llamada Tamatown, que tenía hasta alcalde, el cual era nada más y nada menos que Hanatchi, la lombriz de tierra. (Eso es lo que pasa cuando una niña de nueve años espera a que nazca su tamagotchi: se mete a Internet).

En fin, que el nacimiento del tamagotchi sólo fue el inicio…

Mi hija aceptó el sexo de su tamagotchi, pero le puso “Lelo”. Y Lelo tenía hambre y sonaba un pitido; Lelo quería ir al baño y sonaba un pitido; Lelo quería jugar y sonaba un pitido. Y mi hija iba y venía, atendiendo amorosamente a su niño.

Esto duró unos cuantos días, hasta que de pronto Lelo se puso más exigente. ¡Lelo quiere comer!, ¡Lelo quiere jugar!, ¡Lelo quiere ir al baño!, ¡Lelo quiere que le expliquen la doctrina del libre albedrío!

Y mi hija empezaba a mostrar signos de desesperación. Cuando le pregunté por qué un niño como Lelo exigía más y más, mi hija me dijo que era porque Lelo ya no era un niño. Lelo se había convertido ¡en un adolescente!

Creo que estarán de acuerdo conmigo si les digo que estos japoneses están locos.

Y el drama siguió cuando Lelo dejó atrás la adolescencia y se hizo adulto. Disminuyeron sus peticiones, pero ahora enfermaba más. Y mi hija lo curaba y le daba de comer, pero la seguía viendo muy preocupada.

Así que le dije que mejor se olvidara de Lelo y que dejara de atenderlo.

—No puedo hacer eso —me dijo.

—¿Y por qué no?

—Porque si no se muere.

¡Oh, rayos! Los malditos tamagotchis eran mortales. Esto era el colmo.

Pero pudo más la impaciencia de mi hija que su amor por Lelo, su tamagotchi: abrió un cajón de su cómoda y lo aventó dentro.

No le dije nada a mi hija. Días después, le pregunté por su tamagotchi y me dijo que fuera a verlo al cajón de su cómoda. Por curiosidad fui a su cuarto y abrí el cajón, preguntándome cómo sería el cadáver de un tamagotchi. Me quedé helado al ver a un nuevo tamagotchi recién salido de su huevo virtual.

Sí, los tamagotchis mueren, pero también se reproducen.

La historia del segundo de los inventos de esta reseña se inicia cuando un cantante japonés de nombre Daisuke Inoue quería complacer a algunos de sus seguidores que lo querían acompañar en sus conciertos cantando sus canciones favoritas.

Como Inoue sabía que no sería bien recibido por su público el que compartiera el escenario con un puñado de desconocidos, se le ocurrió inventar un artefacto que hiciera su parte (esto es, pusiera la música) mientras sus “fans” hacían la otra, o sea, cantar sus canciones.

Así nació el “karaoke”, que literalmente significa orquesta vacía (aunque los académicos modernos lo definen más acertadamente como “cráneo hueco”).

La popularidad del karaoke fue instantánea, no sólo en Japón sino en el mundo entero. Esto se debe a un mito que al parecer comparten todos los seres humanos, sin importar su raza, sexo, religión o ideología: que el canto forma parte de la evolución.

No tengo a la mano alguna encuesta fiable, pero según mi experiencia, cerca del 98% de las personas —excluyendo a sordomudos y recién nacidos— creen que saben cantar. Y de ese porcentaje, el 85% consideran que lo hacen “extremadamente bien” y el 13% “perfecto”.

¿De dónde saca la gente esta idea? Cualquiera que haya presenciado una sesión de karaoke en una fiesta o en un bar puede constatar que es una ficción.

Aunque nadie duda de sus propias habilidades para el canto, la mayoría de la gente necesita armarse de valor para cantar karaoke. Y nada mejor para vencer el “pánico escénico” que unas cuantas copas de alcohol.

Y si la mezcla de alcohol y gasolina es poco recomendable por ser peligrosa, la mezcla de alcohol y karaoke resulta abominable. (Un cálculo conservador sería considerar que el 90% de las canciones de karaoke se cantan bajo el influjo del alcohol).

Y si cuando están sobrias la mayoría de las personas cantan como Asurancetúrix (el bardo de las historietas de Astérix), cuando hacen karaoke cantan como Asurancetúrix ebrio.

Lo peor de todo viene cuando el alcoholizado cantante de karaoke, habiendo destrozado ya varias canciones en su idioma vernáculo, se lanza al “crossover” e intenta cantar en otro idioma, que por lo general es el inglés.

¿Qué les puedo decir? Las canciones de karaoke en inglés —cantadas por alguien que no habla inglés en su vida cotidiana— se oyen como un castor rindiendo un tributo musical a John Lennon.

Así que ya lo saben, si acaso alguien los engañó y los dejó con el corazón roto, o sufrieron alguna traición, o buscan venganza pero detestan la violencia, o se oponen a la pena de muerte pero quieren castigar a algún asesino, no tienen más que regalarles un tamagotchi o cargar en su iPod su propia versión en karaoke de “Somebody to love”, de Queen.

6/10/2010

Ya viene el waka-waka

Lo confieso: actualmente no soy un aficionado del futbol. Sin embargo, sí hubo un tiempo en que lo fui. Cuando era niño vestí un uniforme de futbol, tenía mi propio balón, calzaba mis “tachones”, podía nombrar a todos los jugadores de los distintos clubes y sabía quiénes habían sido los equipos ganadores desde la primer Copa del mundo.

Nunca supe cuándo y por qué me retiré del mundo del futbol. Quizá fue porque formé parte durante tres años del equipo del Instituto John F. Kennedy, sin lugar a dudas el peor equipo de todos los tiempos (los marcadores en contra eran realmente humillantes. En dos o tres ocasiones éstos llegaron a los dos dígitos); quizá por no atraer la confianza de entrenadores y jugadores cuando se formaba el equipo (incluso cuando después jugué en el infinitamente mejor equipo del Instituto Regiomontano, siempre me ponían en la posición de defensa, en donde no era muy efectivo que digamos. El 80% del tiempo me lo pasaba moviéndome de un lado a otro y pateando piedritas).

Una vez me di cuenta de que lo de jugar no era lo mío (no soy Charlie Brown) me coloqué en la posición más cómoda de aficionado. Sin embargo, aquí tampoco recibí mucho apoyo, ya que mi padre no era aficionado en absoluto y sólo me llevó una vez al estadio a ver un partido.

Así, tras largas temporadas sin que el equipo del club Monterrey destacara, poco a poco fui perdiendo el gusto por el futbol. Sin embargo, cada cuatro años siento que renace en mí ese sentimiento infantil de gozo al ver un partido de futbol.

En estos momentos faltan menos de 24 horas para que inicie la Copa del mundo (Mundial, como se le conoce aquí en México) en Sudáfrica y eso me llena de emoción. ¿Por qué?

Hay ciertas cosas interesantes sobre el Mundial que hacen atractivo el torneo, incluso hasta para un cuasi-aficionado como yo. Aquí están sólo tres:

Aunque se dice que el Mundial inicia el próximo viernes 11 de junio, en realidad sólo es la culminación de un torneo que inició en agosto 2007, cuando el equipo de Nueva Caledonia venció al equipo de Haití 1-0.

La FIFA tiene más estados miembros (más de 200) que las Naciones Unidas.

El Mundial es lo que más se acerca a una experiencia visual colectiva a escala planetaria. Cientos de millones de personas verán el partido final por televisión y la FIFA calcula un total acumulado de 26,290 millones de tele espectadores durante todo el torneo.

Esto último es lo que más me gusta del Mundial. Parece que por lo menos hay una cosa que es capaz de unir a las diferentes naciones. Y este sólo hecho es suficiente para alegrar a casi todo el mundo.

Digo “casi” porque hay un solo país en todo el mundo en el que el futbol no causa esa emoción que se siente en todo el planeta: Estados Unidos.

Aun y cuando han habido avances en los últimos años, la verdad es que la mayoría de los gringos del tipo “WASP” (Blanco Anglosajón Protestante) siguen con un marcado desdén hacia el futbol, que ellos llaman “soccer”. (Por su parte, las “minorías” hispanas y de origen europeo, que son cerca de 50 millones de personas, sí siguen muy de cerca el Mundial).

Se han ofrecido varias explicaciones para este desdén por el futbol, siendo la más popular la que dice que el futbol es aburrido, ya que los marcadores son bajos e incluso pueden quedar en un empate sin goles.

Sin embargo, ¿qué diferencia hay entre un partido de futbol con un marcador final de 3-2 y un partido de futbol americano con marcador final de 21-14? Ninguna, tomando en cuenta que en éste último cada anotación vale siete puntos (tres puntos si es un “gol de campo” y dos puntos si lo tumban en su línea de gol).

Además, los gringos son muy aficionados a ver deportes realmente aburridos, como el golf y las carreras de autos. Incluso hay un número importante de aficionados al póquer que son capaces de seguir un torneo completo. Eso es aburrido.

La triste verdad es que los gringos no comparten el gozo del futbol con el resto del mundo por una sencilla razón: su arrogancia.

Esta arrogancia puede notarse desde que llaman “serie mundial” a los partidos finales de su torneo de béisbol. Para los gringos, América es Estados Unidos y el Mundo se sitúa entre las fronteras de Canadá y México.

Espero que el equipo de los Estados Unidos haga un buen papel en el Mundial que ya casi empieza, para que algunos de esos gringos se den cuenta de que el mundo es más grande de lo que ellos piensan y de que el futbol realmente es divertido.

No me quiero ir sin desearle lo mejor al equipo de México, que juega el partido inaugural con el equipo anfitrión de Sudáfrica. Ojalá que avance hasta el quinto partido y más allá.

¿Quién creo que va a ganar el Mundial en Sudáfrica? Aunque resulte irónico (en este año México conmemora el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución) yo le apuesto a… España.

6/03/2010

Quinceañeras de bigote y barba

¡Libertad, Igualdad, Fraternidad! Ese fue el clamor que brotó en la Revolución Francesa y que resumía en esas tres palabras el más grande de los deseos humanos. Por desgracia, 221 años después de iniciada la revolución, ese clamor sigue siendo lo mismo: un deseo.

El problema surge por la indefinición de Libertad y la mala interpretación de Igualdad, lo que nos lleva al fracaso para alcanzar algún día la Fraternidad.

La palabra libertad es quizá la única palabra que escapa a toda definición. Y no es porque carezca de significado, sino al contrario, porque tiene un exceso de significados. Lo que unos consideran libertad, otros lo consideran opresión. Y no sólo eso, sino que cuando nos topamos con la palabra libertad y queremos definirla tenemos que preguntarnos ¿Libertad de qué? ¿Libertad de quién? ¿Libertad para qué?

Sin embargo, para efectos prácticos, podemos utilizar aquí el significado de libertad que se le da en el sistema de gobierno que más se acerca al ideal revolucionario: la democracia.

Como ya lo comenté antes en “La democracia apesta” (archivo de estas crónicas de abril de 2008) la democracia adolece de dos grandes defectos: sólo es eficaz cuando la población no rebasa unos cuantos miles de individuos y da igual valor a individuos muy diferentes.

Este ideal igualitario de la democracia, además de utópico, ha ocasionado que el concepto sea mal interpretado, ya que la única igualdad a la que podemos (y debemos) aspirar es a la igualdad ante la ley.

Fuera de esta acepción, el concepto de igualdad se vuelve tan elusivo como el de la libertad. ¿Porque, qué criterio hemos de utilizar para definir la igualdad? ¿La raza? ¿La religión? ¿El nivel económico? Escojamos cualquiera de estos criterios y automáticamente estaremos creando una diferencia.

Sin embargo, como vivimos en un sistema democrático, la gente sigue aferrada a la idea de que todos somos “iguales” y por lo tanto tenemos los mismos derechos (¿por qué nunca se oye a la gente hablar de obligaciones?).

Todo lo anterior no ha sido más que una introducción para intentar explicar el dilema al que me enfrento: ¿el derecho a la libertad de expresión debe incluir o no el derecho a opinar?

Este dilema se originó por una costumbre que he adquirido al leer las noticias o artículos de los periódicos y revistas en línea: leo además los comentarios de los lectores. Y créanme, muchas veces añoro regresar al viejo estilo de lectura.

En aquellos tiempos (unos cuantos años nada más) la lectura de los medios escritos tenía un carácter íntimo. Eran sólo el lector pasivo y el mensaje. La noticia o artículo se recibía y se asimilaba, según la idiosincrasia de cada quien.

Por ejemplo, si algún artículo del periódico causaba un gran impacto en el lector, este sólo tenía dos medios para expresar su parecer: comentarlo en el reducido círculo de sus amigos y conocidos o escribir una “carta al editor” con la esperanza que su opinión fuera publicada en el periódico y así llegar a un número más amplio de audiencia.

Internet cambió todo eso. En su afán por lograr atraer lectores a sus versiones electrónicas, los periódicos y revistas abrieron espacios específicos para que los lectores pudieran opinar. Estos espacios se llaman “foros” o simplemente “comentarios” y todos operan de manera similar: el lector (que por lo general tiene que estar suscrito al periódico o revista) se da de alta con unos cuantos datos y ¡listo! ya puede expresar su parecer y ser leído por otros.

No todo el mundo se ha dado cuenta de lo revolucionario que fue esto de convertir al lector pasivo en un lector activo. Los mismos medios ignoraban que con este “ingenioso” truco de mercadotecnia no sólo estaban atrayendo a lectores interesados en ser escuchados, sino que involuntariamente habían abierto la caja de Pandora.

(Breviario cultural: En la mitología griega, Pandora fue la primera mujer, hecha por orden de Zeus como parte de un castigo a Prometeo por haber revelado a la humanidad el secreto del fuego. Además, Prometeo decidió también robar las semillas de Helios a los dioses y entregárselas a los hombres para que pudieran comer y hacer otras tareas culinarias.

Zeus enfureció y ordenó la creación de la mujer, que fue llenada de virtudes por diferentes dioses. Prometeo advirtió a su hermano Epimeteo no aceptar ningún regalo de los dioses, pero Epimeteo no lo escuchó y aceptó a Pandora, enamorándose de ella y tomándola como esposa.

Hasta entonces, los hombres habían vivido de forma armoniosa en el mundo, pero Pandora abrió el ánfora que contenía todos los males (la expresión “caja de Pandora” en lugar de jarra o ánfora es una deformación renacentista) liberando todas las desgracias humanas (la vejez, la enfermedad, la fatiga, la locura, el vicio, la pasión, la plaga, la tristeza, la pobreza, el crimen). Pandora cerró el ánfora justo antes de que la esperanza saliera. [Wikipedia]

Como se ve, con Pandora los griegos se inventaron primero a Eva. Se nota que eso de estar echándole la culpa a la mujer de todo lo malo que pasa en el mundo viene desde muy atrás).

Pero volviendo al tema: El error que cometieron los medios electrónicos (el único error, por cierto) al abrir espacios para que los lectores dieran su opinión, fue el de no tomar en cuenta el factor potencialmente perverso del anonimato.

El anonimato es uno de los más grandes problemas de Internet. Literalmente, son millones de personas las que se esconden detrás de una dirección de correo electrónico, pagina web o seudónimo. Aunque la gran mayoría de los anónimos son inocuos, existe un gran número de personas no cuantificado que utiliza el anonimato para fines sospechosos o francamente ilícitos.

La fuerza tras el fenómeno de los “foros” de opinión de los usuarios ha sido precisamente el anonimato. Individuos que a duras penas respondían “¡presente!” a la hora de pasar lista en el salón, ahora se muestran implacables al expresar sus “opiniones” en un foro electrónico.

Escudados tras un seudónimo (generalmente ridículo) los “opinadores” vierten su invectiva prácticamente en todos los temas habidos, aunque estos escapen por completo no sólo de su experiencia, sino también de sus conocimientos.

Por supuesto, no todos los que opinan en un foro carecen de fundamento sobre lo que están opinando. Hay muchos “foristas” que no sólo proporcionan puntos de vista novedosos, sino que enriquecen el tema o hecho tratado. Saben de lo que hablan, aportan datos, reflexionan, argumentan, responden a cuestionamientos… En fin, todo lo que se supone debe hacerse en un foro.

Según he observado en los foros de los periódicos y revistas que visito regularmente, tanto mexicanos como extranjeros (en la sección “Enlaces recomendados” pueden encontrar un enlace al Arts & Letters Daily) me he encontrado con varios tipos de “opinadores”, los que podría clasificar como sigue:

Casuales: Son los más comunes, aquí y en el extranjero. Por lo general no participan en los foros, sólo los leen. Pero un buen día se topan con algún comentario que los impresiona y súbitamente se dan cuenta de que ellos pagaron una suscripción y piensan que ello les da el derecho a también opinar. Sus comentarios suelen ser del tipo: “Estoy de acuerdo en que la ley tal o cual debe ser revisada”. No aportan nada nuevo. Sólo establecen su parecer.

Chistosos”: Nunca faltan. No importa si lo que se comenta es una tragedia o se trata de algo sin la mayor importancia: ellos lo que buscan es movernos a risa. El problema con esto es que (salvo en algunas ocasiones muy esporádicas) sus comentarios, más que “graciosos” resultan “grotescos”. No habían pasado más que unas horas desde que la PGR calificara la muerte de la niña Paulette como accidental, cuando ya los foros estaban repletos de chistes sobre “colchones asesinos” y “sábanas encubridoras”. Lo peor de todo era que se repetía lo mismo en todos lados y cada uno de los “chistosos” creía tener la primicia del chiste.

Dogmáticos”: A estos se les puede llamar también “fanáticos”. Tienen una única causa en su cerebro (ya sea política, artística, deportiva o religiosa) y se lanzan contra todo lo que consideren un ataque para su causa. No tienen piedad alguna para con sus “enemigos” y se muestran intolerantes. Aunque no se puede generalizar, por lo común pertenecen al extremo izquierdo de la política o a alguna asociación religiosa.

Enterados”: Estos son los que dicen conocer algo que el resto del mundo ignora. Siempre tienen un conocido dentro de alguna institución involucrada o te refieren a alguna oscura dirección de Internet en donde se guarda la “verdad”.

Paranoicos”: Son más comunes en Estados Unidos, pero no faltan nunca en otros lugares. Todo lo que se comenta forma parte de una conspiración, ya sea del Gobierno, la Industria o cualquier otra cosa. Un comentario típico de estos te remite a un enlace en YouTube en el que “puede verse cómo el chofer de JFK se voltea y le dispara”.

Incondicionales”: Aunque parezca mentira, hay quienes se levantan de madrugada sólo para ser los primeros en poner sus comentarios. Por lo general escriben en sólo un periódico o revista en línea (aunque a veces puede que se les encuentre en varios) y se adaptan a la línea editorial. Son como arañas esperando a sus víctimas en el centro de su red.

Cofradías”: Estas se forman entre los incondicionales. Alguno de ellos es el líder y tiene sus esbirros. Juntos defienden un punto de vista o atacan a otras cofradías. Se saludan entre ellos o se insultan mutuamente. (Aunque parezca extraño, algunos de los mejores debates provienen de estos intercambios).

Ingenuos”: Son los cándidos que piensan que los foros son el medio ideal para expresar su opinión y sumarla a lo que creen será conocida posteriormente como “la opinión pública”, capaz de cambiar políticas y alterar el rumbo de la Historia. Para una cofradía no hay un bocado más apetitoso que uno de estos ingenuos.

Imbéciles”: Pululan en los foros. No sería exagerado considerar que un 80% de los que escriben sus comentarios en los foros son imbéciles funcionales. No sólo escriben con mala ortografía, sino que tergiversan declaraciones, adaptan los argumentos a su parecer, carecen de educación, son groseros y no saben discutir. Por desgracia, son los imbéciles los que realmente forman eso que se llama “opinión pública”.

Se pueden hacer más clasificaciones, pero no tendría sentido. Lo importante aquí es señalar que los foros, además de que no cumplen el propósito para el que fueron creados (o sea, el servir como un espacio en donde se pueden expresar opiniones particulares para compartir y debatir diferentes puntos de vista) se han convertido en verdaderos divanes virtuales en los que la gente escupe sus frustraciones y resentimientos.

Por supuesto, como comenté antes, existen personas que sí entienden lo valioso que puede resultar su opinión en un foro. Así que no es de extrañar el saber que entre más se eleva uno de la nota periodística o del comentario de la farándula y entra al ámbito del reportaje de fondo, del ensayo o del blog serio, el nivel de debate puede llegar a alcanzar un nivel exquisito.

Pero mientras tanto, como la mayoría de la gente se queda en el nivel más bajo, los foros se asemejan más a una alocada fiesta preparada por invisibles quinceañeras que lucen bigote y barba.