7/14/2007

Narcos, mentiras y vídeos

Cinco años atrás, Monterrey (la ciudad en la que vivo) era considerada como la segunda ciudad más segura de América Latina.

Hoy en día, esa aseveración es historia: en lo que va del 2007 en Monterrey y su área metropolitana han sido ejecutadas 82 personas —muchas de ellas en lugares públicos y a plena luz del día— y proliferan los llamados “levantones” (modalidad bastarda del secuestro, cuyo fin no es cobrar un rescate, sino obtener información mediante la tortura antes de ejecutar al “levantado”)

(Si bien es cierto que el máximo de violencia se alcanzó en marzo pasado, y que ahora estamos en relativa calma debido a una especie de “tregua” entre las bandas del crimen organizado —que muchos atribuyen a los mismos criminales y no a los esfuerzos anticrimen realizados por el Gobierno— la verdad es que no debemos bajar la guardia.)

A esta fiesta del crimen se unieron alegremente bandas delictivas de todo tipo, que se dedicaron a asaltar a los comensales de restaurantes o a personas a las salidas de centros comerciales o supermercados.

Fue un período muy feo: Bastaba ver cualquiera de los noticieros locales de televisión para que tu sistema nervioso se alterara. No sólo por el hecho de averiguar a cuántos habían ejecutado durante el día, sino al observar los intentos infructuosos que hacían los presentadores para intercalar —sin que se notara mucho— tanta muerte violenta entre las noticias del clima y las deportivas.

Las autoridades locales resultaron patéticas en todos los sentidos: habían sido rebasadas por los índices delictivos, y continuamente eran retadas o humilladas por los criminales, los cuales gozaban (aún gozan) de la impunidad más absoluta.

¿Qué pasó? ¿Por qué bastó sólo un lustro para convertir a Monterrey de ciudad segura a parque de diversiones del crimen?

“El crimen organizado se pelea la plaza”. Esa fue la respuesta a dicha interrogante que se escuchó de boca de autoridades y editorialistas. (Esa respuesta, que pretendía explicarlo todo, se asemejaba a esos remedios naturistas que lo curan todo, desde el reuma y el asma hasta el cáncer).

La realidad es mucho más complicada… y siniestra. Me pude dar cuenta de ello cuando reunía datos para la presente crónica. Fue como caminar por un pantano inmundo, en el que cada nuevo dato era como un lodo pegajoso que se adhería y acumulaba a mis pies, dificultándome el avance. (Llegó un momento en que era tal la suciedad acumulada, que pensé en hacer a un lado todo el asunto y escribir mejor de otra cosa).

Sin embargo, al mismo tiempo, era como si me hubiera encontrado por casualidad un viejo cubo de Rubik en un rincón del desván. El asunto tenía tantas facetas, que no pude resistir el intentar resolverlo.

Lo que encontré me dejó muy confundido, ya que al parecer no existe correspondencia entre la realidad y los hechos que han estado sucediendo. Dicho de otra manera, nada es como se supone debería ser.

Y la causa de ello es que descubrí que el asunto del narcotráfico está plagado no sólo de mentiras, sino también de enfoques erróneos y de malas interpretaciones, lo cual hace muy difícil entender lo que pasa.

Confieso que nunca pude resolver un cubo de Rubik, pero eso no me impide escribir una monografía acerca de éste. Lo mismo cabe decir del narcotráfico.

He aquí lo que encontré.

Negocios riesgosos.

De lo primero que me di cuenta fue que, si en realidad quería contestar a la pregunta de qué había pasado con mi antes segura ciudad, tenía que empezar por dejar de pensar localmente y ver más allá de las fronteras municipales, estatales y nacionales. Además, tenía que partir de lo general para llegar a lo particular.

El narcotráfico es un asunto global. No existe ni un sólo país en todo el mundo (con excepción quizá de Groenlandia, aunque tengo mis dudas) que esté exento de éste o que no se vea afectado por sus nocivos efectos en mayor o menor grado.

La guerra en Afganistán, por ejemplo, no se podría explicar si no fuera por la enorme producción de amapola que se cultiva en ese país. (¿O acaso alguien piensa que existe otra razón para disputarse ese pedazo de tierra olvidado por Alá?)

A mi juicio, los intentos de las autoridades mundiales para eliminar el narcotráfico han resultado infructuosos por dos razones principales: La primera de ellas se relaciona con la enorme cantidad de dinero involucrada. La segunda es por el elevado consumo.

El caso de los Estados Unidos lo resume todo perfectamente. El valor anual del tráfico (tan sólo de la cocaína) entre México y los Estados Unidos oscila entre los sesenta y los ciento cuarenta mil millones de dólares. De de esa enorme cantidad de dinero, la Procuraduría General de la República (PGR) calcula que un 70% se queda dentro del los Estados Unidos, en tanto la Casa Blanca sostiene que noventa centavos de cada dólar producto de la droga en los Estados Unidos entra en el sistema financiero de ese país.

En pocas palabras, es una tremenda inyección a la economía de los Estados Unidos, que supera con mucho a las remesas que mandan los indocumentados a México y demás países latinoamericanos y de las que tanto se lamentan los que se oponen a una reforma migratoria.

Por ello, los gringos se han hecho —y se harán— de la vista gorda ante el problema del narcotráfico. Prefieren enfocar sus esfuerzos en defenderse contra sus enemigos reales o imaginarios (como los terroristas islámicos o los trabajadores ilegales) que poner un alto a un negocio ilícito que tantos beneficios económicos les deja.

El ejemplo más claro de ello es el muro fronterizo que pretenden erguir en la frontera entre México y los Estados Unidos. Por supuesto, de construirse dicho muro no sólo se pondría en un peligro real la seguridad de los Estados Unidos, sino que tendrían que lidiar con la posible pérdida de un negocio tan lucrativo como el narcotráfico.

La droga maldita.

Se calcula que en los Estados Unidos existen 20 millones de consumidores de drogas, de los cuales unos seis millones son adictos.

Los esfuerzos realizados por el Gobierno de ese país para reducir el consumo de drogas han sido inútiles, con una sola excepción: el tabaco.

El consumo del tabaco en los Estados Unidos ha bajado de manera espectacular en las últimas décadas, ya que se han invertido cientos de millones de dólares en programas de prevención. (El éxito ha sido tal, que ya son mayoría los países del mundo que se han unido a esta cruzada en particular).

Sin embargo, las estadísticas en los EEUU muestran que las muertes relacionadas con el consumo de tabaco (cáncer, infartos, hipertensión, etc.) no han disminuido, sino que siguen constantes o incluso han aumentado. ¿Alguien podría explicarme esto?

(Antes de continuar con el tema, quisiera dejar muy en claro que mis argumentos no son pro-tabaco. Fumar es nocivo para la salud. ¿Quedó claro?)

Sin embargo, creo que los efectos negativos del tabaco se han exagerado excesivamente, propiciando una serie de resultados no deseados —como veremos a continuación— algunos tan graves que hacen ver al tabaco como una droga inocua.

El tabaco se ha convertido en la droga maldita por excelencia. Los fumadores no sólo se han visto desplazados socialmente, sino también sus derechos han sido pisoteados.

Una simple comparación con otra sustancia tóxica muy popular (el alcohol) nos permite ver algunos de los aspectos más inquietantes de asunto: Supongamos que una persona que fuma enferma de cáncer, ¿cuál es la reacción de la gente? Su reacción automática es considerar al enfermo de cáncer culpable de su enfermedad.

La gran mayoría piensa incluso que el fumador se merece su cáncer. (Está tan arraigada la idea fumar=cáncer, que muchos ni siquiera preguntarían por el tipo de cáncer, ya que inmediatamente lo relacionan con el cáncer del pulmón).

Supongamos ahora que un alcohólico enferma de cirrosis. Aquí la situación cambia por completo, porque se considera al enfermo de cirrosis una víctima de la enfermedad, y no al revés, como en el caso del fumador.

Para la gran mayoría de las personas, el fumar es un vicio y el alcoholismo una enfermedad. Por lo tanto —razonan— el fumador es culpable y el alcohólico víctima.

Cualquier persona con un mínimo de sentido común puede ver que esto es un absurdo. Fumador y alcohólico son iguales desde cualquier punto de vista. Ambos tienen vicios, ambos pueden desarrollar una enfermedad derivada de dichos vicios.

La realidad es que, aunque el fumar puede llegar a matar a una persona, no se acerca ni con mucho a los efectos terribles asociados con el alcohol, los cuales incluyen no sólo también una posible enfermedad, sino algo que está ausente con el fumar: la violencia.

Prácticamente todas las riñas callejeras; el 70% de los accidentes de auto; un alto porcentaje de las mujeres y niños golpeados; hogares destruidos, robos y violaciones son consecuencia directa de tomar alcohol en exceso.

Entonces, ¿por qué se ha convertido al tabaco en el enemigo de salud número uno?

La campaña en su contra ha alcanzado límites inverosímiles, que rayan en lo que podríamos llamar fanatismo: La vez pasada vi en la televisión una entrevista con una diputada o senadora del Partido Verde Ecologista que quería que el acto de fumar fuera considerado homicidio. Otro ejemplo: En un país escandinavo (no recuerdo si fue en Suecia o en Noruega) amenazaron con cancelar una obra de teatro si el actor que representaba a Winston Churchill encendía un puro en el escenario… La lista podría extenderse todavía más.

Toda esta campaña antitabaco ha propiciado que los estupefacientes hayan ocupado el vacío creado por su ausencia: ahora el consumo de drogas es socialmente aceptado, al menos en los Estados Unidos. Jóvenes y adultos que abominan el tabaco no dudan en fumar la marihuana o cocaína o heroína o metanfetaminas.

Para el que no crea que esto es cierto, cabe mencionar por ejemplo que en algunas zonas de los Estados Unidos, como en Kentucky y Virginia, la producción de marihuana ha desplazado al tabaco como componente esencial de la economía de la región. (El cincuenta por ciento de la marihuana que se consume en los Estados Unidos se produce dentro del país).

La aritmética del diablo.

Hablar del narcotráfico es hablar de excesos. En nada se nota más esto que en las cifras involucradas: cientos, miles, millones, miles de millones…, llega un momento en que se pierde toda proporción.

Por ejemplo, según cifras oficiales, Colombia produce al año 545 toneladas de cocaína; Perú 165 y Bolivia, 70. Suman 780 toneladas anuales, las cuales —cuando se comercializan en los Estados Unidos— alcanzan un precio de mercado entre 39 mil y 78 mil millones de dólares, ya que el gramo de cocaína se cotiza en las calles entre los 50 y los 100 dólares.

Cualquiera que lea el párrafo anterior puede sentirse impresionado, pero no más. Son tantas las estadísticas que leemos sobre el narcotráfico, que en verdad hemos perdido la capacidad para interpretarlas correctamente. (Además, la mayoría de las personas somos incapaces de manejar números tan grandes).

Esta falta de capacidad se traduce en algunas interpretaciones erróneas, siendo quizá la más notable la aparente ausencia de narcotraficantes en los Estados Unidos. Porque, ¿alguien ha escuchado alguna vez el nombre de un narco gringo? ¿De un cártel gringo?

No, estos brillan por su ausencia. ¿Por qué?

Jorge Fernández Menéndez, en un artículo que escribió para Letras Libres sobre las redes del narcotráfico en los Estados Unidos nos acerca a la respuesta. Escribe: “Cuando se le preguntó en alguna ocasión al laureado periodista Bob Woodward (uno de los dos periodistas del Washington Post que destapó el escándalo Watergate) el porqué nunca había trabajado sobre el tema del narcotráfico en su país, se limitó a decir que nunca lo haría ‘porque es muy peligroso’. Por eso, descorrer el velo sobre las redes del narcotráfico en Estados Unidos es tan complejo, tan difícil: ni las autoridades ni los medios quieren o desean pasar de la información de superficie y de los más graves síntomas del tráfico (que saturan el mercado informativo) y el consumo, para ahondar en las profundidades de un negocio que puede financiar todo lo imaginable”.

Otra cosa importante que Fernández Menéndez menciona en su artículo (y que resolvió una de mis mayores interrogantes) fue que el mayor error de las autoridades gringas es creer que cuando la droga cruza la frontera “se pulveriza”, pasando directamente de los grandes cárteles a las redes de distribución minorista, tratando de ignorar que existen etapas intermedias, “tantas como las que se puedan imaginar por el simple hecho de que la distancia para llevar la droga, por ejemplo, del El Paso a Nueva York es mucho mayor que la que se debe transitar para hacerla llegar de la costa norte de Colombia al Caribe mexicano”.

Por el contrario, una vez que los cargamentos de droga pasan la frontera entre ambos países (por medio de tráileres, autos, “mulas” y túneles) estos se guardan en grandes depósitos y desde ellos se van aprovisionando los mercados, con redes controladas por los propios cárteles, que luego sí pulverizan el producto cuando llegan a las calles.

Aún y cuando las redes que controlan el negocio del otro lado de la frontera son las mismas que controlan el negocio en México, resulta evidente de que no están solas en el negocio. Dicho de otra manera, no todos los narcos son mexicanos o colombianos o latinos en general. También hay gringos… y muchos.

¿Una ciudad perdida?

Esto me devuelve a Monterrey, mi ciudad. ¿Qué nos espera? Terminada la “tregua”, ¿volverán las ejecuciones y los “levantones”?

Aunque todo parece indicar que el consumo de drogas ha crecido mucho en Monterrey, no creo que dicho incremento justifique una “pelea por la plaza”. Lo que me inclino a creer es que al estar aumentando la vigilancia y seguridad de la frontera (con sus muros virtuales y reales) se les está dificultando cada vez más a los narcos el pasar las drogas al otro lado y por ello están tratando de colocar más producto en territorio nacional.

El que lo logren o no depende no tanto de la guerra contra las drogas que ha emprendido el Gobierno, sino de la sociedad regiomontana (y por extensión, nacional).

¿Seremos capaces de hacer frente a ello o nos resignaremos a vivir en una ciudad (en una nación) perdida?

La pregunta está en el aire.