3/25/2007

Una noticia-ventana: In God we trust

Existen cierto tipo de noticias de naturaleza peculiar, tanto por su contenido como por su razón de ser. No forman parte de la corriente principal del periodismo y sin embargo, ahí están. Por regla general, están incluidas en secciones interiores y emplean la palabra “mundo” seguida por adjetivos como “insólito”, “curioso” o “raro”.

Yo las llamo “noticias-ventana” desde que leí (hace años) el libro Los testamentos traicionados de Milan Kundera, que en su mayor parte comenta la obra de Franz Kafka.

En la octava parte del libro (Los caminos en la niebla) Milan Kundera habla de las ventanas. Dice Kundera: “No se puede ir más lejos que Kafka en El proceso; creó la imagen extremadamente poética del mundo extremadamente apoético. Por ‘el mundo extremadamente apoético’ quiero decir: el mundo en el que no hay lugar para una libertad individual, para la originalidad de un individuo, en el que el hombre no es más que un instrumento de las fuerzas extrahumanas: de la burocracia, de la técnica, de la historia. Por ‘imagen extremadamente poética’ quiero decir: sin cambiar su esencia y su carácter apoéticos, Kafka transformó, remodeló ese mundo gracias a su inmensa fantasía de poeta.”

“K. está totalmente absorbido por la situación del proceso que se le ha impuesto; no tiene el menor tiempo para pensar en nada más. Sin embargo, incluso en semejante situación sin salida, hay ventanas que, de repente, se abren durante un breve instante. No puede escaparse por esas ventanas; se entreabren y vuelven a cerrarse en seguida; pero al menos puede ver, en el tiempo de un relámpago, la poesía del mundo que está afuera, la poesía que, pese a todo, existe como una posibilidad siempre presente y que envía a su vida de hombre acorralado un pequeño reflejo plateado”.

Para Kundera, estas breves aperturas (o ventanas) son, por ejemplo, las miradas que K. dirige a su alrededor cuando llega al sitio de su primer interrogatorio y ve a gente común y corriente haciendo cosas comunes y corrientes.

Las noticias-ventana tienen esta cualidad: nos permiten atisbar un mundo, si no poético, al menos real. Un mundo real en el sentido de que las noticias que recibimos a diario, ya sea por medios escritos o electrónicos, más que proporcionarnos una imagen real de las cosas distorsionan la realidad misma, al estar sujetas a los prejuicios e ideologías de los diversos oferentes de noticias. (El mundo es diferente si leemos las noticias en Milenio en vez de en El Norte; es ambiguo, si escogemos leer a los editorialistas del New York Times en vez de a los del Wall Street Journal; es opuesto, si sintonizamos Al-Jazzera en lugar de Fox News).

Al igual que K. con su proceso, estamos totalmente absortos por ese mundo “real” que percibimos a través del medio que escogimos o nos es impuesto (aquí entran todos los canales oficiales que manejan los gobiernos a nivel mundial) y no tenemos tiempo para pensar nada más.

Otra de las cualidades de las noticias-ventana es precisamente su carencia de ideología: son noticias que están ahí, sucedieron, independientemente del emisor o del receptor. (Es esta falta de ideología es lo que lleva a clasificarlas como “insólitas”, “curiosas” o “raras”, porque para los hacedores de noticias no hay nada más extraño que un hecho que no esté sustentado ideológicamente).

A veces, las noticias-ventana nos divierten. Otras veces, nos hacen llorar o reflexionar. Pero siempre están ahí para hacernos conscientes de que hay un mundo real al que pertenecemos y al continuamente olvidamos.

No soy un coleccionista de noticias-ventana (odio coleccionar cosas) pero en ocasiones conservo alguna de ellas, como la siguiente, que apareció el 28 de febrero en Yahoo! México Noticias:

Detienen a hombre que quiso cobrar cheque firmado por Dios

HOBART, Indiana, EEUU: (AP) – Un hombre fue detenido luego de que fue a un banco e intentó cobrar un cheque firmado por “El Salvador, rey de reyes”.

Kevin Rusell, de 21 años de edad, fue acusado el lunes de fraude con cheques y de intimidación, informó el detective de la policía de Hobart Jeff White.

Ambos casos son considerados delitos. También se lo acusó de resistir a la policía, una infracción menor. Podría ser llevado a la cárcel.

La policía fue llamada a la sucursal del banco Chase luego de que Rusell intentó cobrar el cheque que era de otro banco y carente de valor legal, dijo White.

Rusell contaba con varios cheques en su poder y por diferentes cantidades en dólares, todos ellos firmados por “Dios”. Uno de ellos era por valor de 100.000 dólares.

Rusell forcejeó con los policías que intentaron detenerlo, señaló White, y luego amenazó a los agentes cuando lo llevaban a la jefatura policial.

“Había escuchado que Dios de vida eterna, pero es la primera vez que escucho que Dios da dinero en efectivo”, comentó White.

Además de divertirnos, esta noticia-ventana nos dice mucho más. Analicémosla bajo un enfoque al que podríamos denominar “In God We trust” (leyenda que llevan todas las monedas y dólares americanos).

¿Cuál fue el crimen de Kevin Rusell?: ¿Intentar cobrar un cheque sin fondos? ¿El robo de identidad? ¿Falsificar la firma de Dios? ¿Resistirse al arresto? ¿Ser un idiota?

Desde el punto de vista legal, sólo la última opción está exenta de pena. Desde mi punto de vista, sin embargo, el ser un idiota es, por el contrario, de lo único de lo que se le podría acusar a Kevin Rusell. ¿Por qué?

El valor del dinero (no sólo el dinero americano, sino de todo el dinero) es una cuestión de fe. Sólo la fe hace posible que podamos cambiar un montón de papeles y piezas de cobre y níquel o aleaciones baratas por un tostador o una computadora.

El dinero vale porque creemos que vale, porque tenemos fe en ello. Punto. Ese billete o moneda no vale en realidad más que lo que fue gastado en imprimirlo o acuñarlo.

Desde que se dejó de usar el patrón oro, donde cada moneda y billete estaba sustentado con su equivalente en oro (el cual estaba resguardado en enormes depósitos o bóvedas), nadie puede ir al banco a exigir dicho equivalente en oro: Si yo llevo un billete de cien pesos a un banco y pido que me den su equivalente en metálico, lo más que podré conseguir son cinco monedas de veinte pesos, o diez monedas de diez pesos, o veinte monedas de cinco pesos, o cien monedas de un peso.

Y si esto es así, ¿por qué la policía fue tan dura con Kevin Rusell? A este sólo puede culpársele de idiota.

Idiota no por haber intentado cobrar un cheque sin fondos firmado por Dios, sino por olvidar que lo peor que le puedes hacer a los demás es el de recordarles que el dios del dinero (un dios menor sin naturaleza divina, sino mercantil) en el que confían y por el que son capaces de sacrificar hasta su porpia vida, sencillamente no existe.

3/19/2007

En busca del Picto perdido

Mientras comparto mi cama con el insomnio (ese viejo demonio que sólo te da dos opciones: o lo aceptas o te arriesgas a experimentar una breve estancia en su casa) viene a mi memoria el extraño título de una canción de Pink Floyd: "Several Species of Small Furry Animals Gathered Together in a Cave and Grooving with a Pict", el cual puede ser traducido como “Varias especies de pequeños animales de piel juntos en una cueva y tonteando con un Picto”.

La canción —si así puede llamársele— consiste en varios minutos de ruidos que recuerdan a roedores y pájaros (ruidos simulados por la voz de Roger Waters ejecutada a diferentes velocidades y por instrumentos de cuerdas) seguido por la voz de Waters que dice algunas frases en un fuerte acento escocés.

Aunque “Varias especies de pequeños animales de piel juntos en una cueva y tonteado con un Picto” está incluido dentro del álbum Ummagumma de 1969, la primera vez que la escuché fue con mis amigos Luis, Isaac y Héctor allá por 1981.

Quedamos fascinados, no sólo por su largísimo título, sino porque al oír la “canción” realmente te parece estar escuchando a varias especies de pequeños animales de piel juntos en una cueva y tonteando con un Picto.

Una duda nos quedó: ¿Qué era un Picto? ¿Era algo animal, mineral o vegetal? ¿Sería algún dibujo? ¿Un instrumento? ¿Algo inventado? ¿Qué?

Los diccionarios en inglés no nos sirvieron de nada. Tampoco teníamos acceso a alguna información relacionada con el álbum, ya que este había salido en 1969 y ninguna revista especializada de la época hablaba de éste.

Así, “Picto” se convirtió para nosotros en sinónimo de enigma y en oportunidad para iniciar interminables discusiones y ofrecer imaginativas respuestas.

Pues bien, hoy en la mañana, tras una noche de insomnio y veintiséis años después, se me ocurrió buscar en Internet el significado de Picto.

Por supuesto, lo encontré: Los Pictos fueron el pueblo indígena de lo que hoy es Escocia, antes de que fueran virtualmente extintos por invasores irlandeses y vikingos.

Mi reacción ante el descubrimiento fue esquizoide: Por un lado, sentí satisfacción, ya que mi curiosidad por fin fue saciada. Pero por el otro, sentí una amarga decepción: ¿Así que eso era un Picto? ¿Un prosaico antiguo habitante de Escocia?

En un instante, el enigma fue resuelto. En un instante, el Picto perdió su magia.

Porque ahora, la única pregunta posible que conservara algo de su anterior atractivo sería: El Picto con el que tonteaban las varias especies de animales de piel juntas en una cueva, ¿era un Picto niño, adulto o anciano, hombre o mujer?

¡Oh, amarga desilusión! La que antes era una pregunta con posibilidades casi infinitas de respuesta se había convertido, por obra y gracia de Internet, en una pregunta con sólo cinco posibles respuestas.

Por supuesto, podríamos incrementar el número de respuestas si preguntáramos el por qué el(la) Picto está dentro de la cueva con las varias especies de pequeños animales de piel que tontean con éste(a), o cómo llegó a la cueva, o porqué deja que tonteen con él(ella), etcétera, pero ya no sería lo mismo. La magia se ha esfumado.

Internet es un arma de dos filos, o de múltiples filos. Así como se ha convertido en un instrumento de ensueño para acercar todo el conocimiento que antes te estaba vedado o era inaccesible, también ha venido a reducir casi a cero la capacidad de imaginación de sus usuarios. Quizá ahora podemos saber más, pero al precio de imaginar menos.

Para muchos, el costo vale la pena. Pero lo que yo creo es que si Internet hubiera estado disponible desde —digamos, 1960— es muy posible que el grupo Pink Floyd no habría incluido en su álbum Ummagumma una canción con un título tan extenso y sugestivo como “Varias especies de pequeños animales de piel juntos en una cueva y tonteando con un Picto”.

Porque para eso se necesita imaginación. Y, por supuesto, un enigmático Picto.

3/18/2007

La guillotina arcoiris

En ocasiones, cuando quiero exponer una idea que por su naturaleza no se adapta al estilo del ensayo, recurro a la ficción. Así, podemos encontrar en el archivo de estas Crónicas Profanas correspondiente a noviembre 2006 dos relatos fantásticos, “La noche es de los sapos” —que sustenta la idea del absurdo del poder político— o el breve “Saalam”, en donde juego con otra idea no menos absurda: la reencarnación. (Invito al lector curioso a leer ambos relatos).

Por supuesto, el utilizar la ficción no aumenta la validez de una idea —al contrario, parece disminuirla— pero esto se compensa por el hecho de que la ficción permite ahondar más profundamente en un tema y, sobre todo, crea una mayor comunicación con el lector, llevándolo a la reflexión.

Para la presente nota la situación es similar, aunque con una variación. En este caso no estoy convirtiendo en ficción una idea, sino que esta idea nació ya como una ficción: revisando el cajón de mi escritorio me encontré con el borrador de un cuento intitulado “La guillotina arcoiris”. Además de la idea central del cuento, el borrador incluía algunos párrafos de inicio.

Dado que la idea tras “La guillotina arcoiris” es polémica, prefiero dejar las cosas como están. Es decir, me limitaré a transcribir los párrafos de inicio del cuento, comentar la idea central y a partir de ahí desarrollar la línea de pensamiento que tuve.

He aquí la trascripción del inicio del cuento, truncado:

LA GUILLOTINA ARCOIRIS

Se dice que “la necesidad es la madre de la invención”. Falso. La necesidad no es otra cosa que una máscara que se pone sobre el rostro de la desesperación a fin de hacerla pasar por virtud. El necesitado no carece de recursos. Carece de opciones.

Por eso estaba en el despacho del director, porque no tenía otra opción. O hacía lo que se me pedía o me despedían. ¿Principios? ¡Claro que tengo principios! Sin embargo, estos no pagan las deudas o alimentan a mis hijos. Aún así, para algo los tengo. Y si los tengo, los uso.

—Con todo respeto —me defendí— no creo ser el indicado para ello. Después de todo, soy redactor, no periodista.

—Eso me tiene sin cuidado —respondió el director, cruzando las piernas con suavidad para evitar que Hermenegildo Zegna mostrara una sola arruga. —Todos los que trabajan para el periódico son mis empelados. Y mis empleados hacen lo que yo les ordeno.

—Pero eso de los disfraces y la foto…

—No los llames disfraces —respondió, con ese tono de voz terso que trasluce una furia contenida. Una furia como la de un rey que tiene que rebajarse hasta el punto de dar una explicación a uno de sus súbditos. —Llámalos más bien “medios de expresión”. Con ellos expresan sus diferencias, su reclamo al derecho de ser escuchados y respetados, ¿entiendes?

—Sí y no —respondí. Aunque sabía que haría todo lo que aquel tipo quisiera que hiciera, sentía una especie de regocijo en hacerlo enojar.

Sin embargo, no mordió el anzuelo. Más bien desenvainó la espada y atacó.

—¿Tienes algo en contra de los homosexuales? —preguntó.

¿Cómo responder a eso? La sinceridad estaba excluida en ese momento, ya que la homosexualidad del director del periódico era conocida por todos. Es cierto que él nunca lo había reconocido y que incluso había tenido varias relaciones con mujeres de sociedad. Pero todos sabían que esos eran meros artificios utilizados por el director para ocultar sus preferencias sexuales.

—No, en absoluto —respondí, sintiéndome miserable.

—Bueno, pues entonces, ¡a trabajar! —exclamó, con esa satisfacción que se siente en ocasiones después de aplastar a un bicho molesto.

Salí de la oficina sin despedirme y me fui a mi casa para prepararme. Durante el trayecto medité lo más que pude sobre el asunto.

En realidad, no estaba en contra de los homosexuales, ni a favor. De la misma manera que no estaba ni a favor ni en contra de los baños turcos o de los pingüinos. La vida es demasiado breve como para tomar partido de todo. Debemos de dejar zonas neutrales para conservar nuestra salud mental.

Ese afán que tiene la mayoría de las personas de que te decidas por un lado o por otro de cualquier asunto es realmente enfermizo. Además, casi siempre mi posición (cuando me decido a tomarla) cae dentro de lo que se conoce como “políticamente incorrecto”.

Hasta aquí con el cuento. Ya no lo continué.

Mi decisión para incluirlo (inconcluso y todo) dentro de las Crónicas Profanas se derivó del anuncio que hizo recientemente un integrante del grupo RBD con relación de que era homosexual; de un artículo espantoso que comparaba el “decadente” amor heterosexual con el “puro” amor homosexual que leí el pasado 14 de febrero, y de la entrada en vigor de la nueva Ley de Convivencia.

Ahora bien, ¿cuál era esa idea central de La guillotina arcoiris?

La idea central del cuento es que es un grave error de juicio el considerar —como lo hace todo el mundo— a los homosexuales como una categoría única, ya que existen al menos dos tipos de homosexuales: el homosexual “introvertido” y el “expresivo”.

Al primer grupo pertenecen aquellos homosexuales que son abusivos, explotadores y se auto-victimizan. Ocultan su homosexualidad. Explotan y utilizan a otros para obtener derechos e influencias. Son poderosos. Los que conocen su homosexualidad los respetan. Incluso les rinden deferencia.

Ellos son los verdaderos verdugos. Son los que utilizan la temible guillotina arcoiris contra todos aquellos que se les opongan, sean homosexuales o heterosexuales.

Los que sufren de verdad, las verdaderas víctimas, son los que pertenecen al segundo grupo, el “expresivo”: Aquí encontramos al homosexual afeminado.

Esas son las víctimas reales: Son los homosexuales afeminados (que aquí en México se les conoce como “jotos” o “maricones”) los que dan rienda suelta a su sexualidad; son ellos los que realmente luchan por su “derecho” de ser respetados. Estos sí son abusados tanto por heterosexuales (que los acosan, golpean o ridiculizan) como por los propios homosexuales introvertidos, que se aprovechan de ellos para obtener ventajas para si mismos.

Basta con atenerse a los hechos para ver que realmente la idea tras La guillotina arcoiris es correcta: hacemos mal al englobar a los homosexuales en una sola categoría.

¿Cuáles son estos hechos? Empecemos con el más obvio: Es muy difícil reconocer a un homosexual “introvertido” de un heterosexual.

Realmente no hay nada que nos indique a simple vista la diferencia entre ambas inclinaciones sexuales. Quién lo dude no tiene más que hacer memoria y recordar las sorpresas mayúsculas que nos hemos llevado todos cuando nos enteramos de que tal o cual artista reconoce públicamente su homosexualidad. (Para muestra basta un botón: Rock Hudson. ¿Quién, fuera de sus íntimos, se imaginó alguna vez que aquél galán hollywoodense fuera homosexual? La respuesta correcta es: nadie).

Otro hecho irrefutable es que, conforme se han ido desarrollando las sociedades, la tolerancia hacia los homosexuales “introvertidos” ha ganado mucho terreno. Salvo algunas regiones del mundo atrasadas democráticamente, resulta políticamente correcto estar a favor de los homosexuales. Aquellos que se oponen a ellos son inmediatamente llevados a la guillotina arcoiris: se les tacha de intolerantes, homofóbicos, retrógrados, fascistas o nazis. (Me quito el sombrero ante aquellos que reconocieron públicamente ser homosexuales durante las primeras siete décadas del siglo pasado. Esos sí fueron valientes. Porque reconocer ser homosexual después de que el mundo fuese atacado por el virus del SIDA ya fue otra cosa: el mundo cobró conciencia de que era un problema de todos, no sólo de los homosexuales).

Por otro lado, existen comunidades culturales, comerciales e industriales en donde los homosexuales “introvertidos” no sólo son tolerados, sino que son los que mandan: los mundos del cine y de la moda son los dos ejemplos más destacados.

Podría seguir señalando hechos como éstos, pero creo que no es necesario. Sólo aquél que no quiera aceptar que actualmente los homosexuales “introvertidos” gozan de una mayor libertad, se está engañando a sí mismo.

Pero si ellos están mejor, los homosexuales “expresivos” o afeminados son los que siguen acaparando la nota roja de los diarios. Se les sigue ridiculizando en la televisión. Son acosados y perseguidos por heterosexuales retrógrados.

Y aún y cuando los homosexuales expresivos se atengan a las mismas reglas que los homosexuales introvertidos, su parte “femenina” les impedirá obtener las mismas ventajas. Y seguirán sufriendo.

Hay que defender al homosexual expresivo. Este representa la parte vulnerable de ese —para mí— enigma que significa la homosexualidad. Es también la parte alegre, vital, expresiva del movimiento gay, palabra que lo contiene y define. Porque no todos los homosexuales merecen ser llamados así. Sólo aquellos que viven su propia sexualidad dividida tienen derecho a ser llamados gay.

Por ellos son por los que empecé a escribir un cuento intitulado “La guillotina arcoiris”, el cual dejé inconcluso.

¿Vale la pena continuar con la historia del cuento e incluirlo completo en estas Crónicas Profanas? No lo sé.

Tú, lector, ¿qué opinas?

3/04/2007

Sympathy for the devil

Pleased to meet you / Hope you guess my name
The Rolling Stones.

“Ayer estuvo el diablo aquí” —exclamó el presidente de Venezuela Hugo Chávez ante la asamblea de Naciones Unidas en 2006— “Huele a azufre todavía.”

El comentario del mandatario propició una carcajada general e incluso se escucharon algunos aplausos aislados en la sala. A ninguno de los presentes se le tuvo que explicar a quién se refería Hugo Chávez, ya que la imagen actual del diablo pertenece al inconsciente colectivo y no es otra que la de George W. Bush, presidente de los Estados Unidos de América.

El sentimiento de odio que provoca el presidente Bush es asombroso, no sólo por su ubicuidad —abarca a todo el planeta— sino porque dicho odio parece superar todas las barreras ideológicas, raciales, económicas y religiosas: suscita odio por igual en cristianos, musulmanes, ateos, taoístas, socialistas, demócratas, comunistas, ricos, pobres, anglosajones, asiáticos... Y esto, en un mundo que no se caracteriza principalmente por sus acuerdos, resulta sumamente curioso.

¿Cuál es el origen de este odio? ¿Realmente George W. Bush merece ser considerado la encarnación de Satanás? ¿El odio hacia su persona está justificado o se trata de un odio irracional que enmascara algo más profundo y siniestro?

Analicemos al diablo. Arrogante y orgulloso, de hablar suave y con un marcado acento tejano, George W. Bush parece un ranchero rico extraviado en Washington o, más correctamente, un tenedor de libros de la mafia de Houston. Posee el mismo carisma que medio kilo de ostiones con una semana fuera del refrigerador.

Cristiano renacido y habiendo superado su problema con el alcohol, George W. Bush ve el mundo en blanco y negro. Está convencido de la grandeza de su nación y cree que Dios (o por lo menos, la Historia) le dio la oportunidad de estar al frente de un pueblo con altos valores morales, los cuales, junto con su eficiente modelo económico, merecen ser extendidos por el mundo entero para llevar la libertad y la prosperidad a todas las naciones.

A primera vista, lo del diablo parece estar justificado. Sin embargo, un examen más atento nos señala que esos ideales torcidos (el mandato divino o histórico, la superioridad moral, el compartir con otros pueblos un sistema económico que lleve a la prosperidad general) no es exclusivo de George W. Bush. Varios de los actuales líderes mundiales (entre los cuales podemos incluir a Hugo Chávez) predican el mismo mensaje.

Entonces, por qué sólo George W. Bush y no alguno de los otros líderes es percibido como el diablo?

Una primera aproximación puede ser el hecho de que, en su camino para convertirse en el diablo, George W. Bush ha venido a representar al perfecto chivo expiatorio.

Literalmente, todos los problemas que aquejan al mundo actual le son atribuidos a George W. Bush, desde la crisis en Oriente Medio hasta el estancamiento económico de Corea del Norte, pasando por el Calentamiento Global y el reciente conflicto ¡en Oaxaca! (Increíble, pero cierto: en Oaxaca hubo pintas y mantas que rezaban: “¡Ulises y Bush, fuera de Oaxaca!” ¿Qué ingerencia tuvo Bush en Oaxaca? ¡Ninguna! Pero este hecho en apariencia increíble resulta ser clave, como se verá más adelante).

Cuando a alguien se le señala como el chivo expiatorio es posible atribuirle la culpa de cualquier cosa, sin importar si tuvo algo que ver o no en sus orígenes.

En el asunto del calentamiento Global, por ejemplo, se le atribuye a Bush toda la culpa por no haber ratificado la firma del Protocolo de Kioto. Pero, si hacemos memoria, nos damos cuenta de que fue el gobierno de Bill Clinton el que se negó a firmar (con justificada razón) dicho acuerdo. Entonces, ¿por qué no se incluye a Bill Clinton entre los culpables del Calentamiento Global?

¿Y qué hay con respecto a la desastrosa invasión a Iraq? ¿No fue el diablo de Bush quién inició una guerra sin sentido que ha llevado a la muerte a miles de personas y a Iraq a una virtual guerra civil?

Para empezar, pudiéramos utilizar aquí el viejo refrán mexicano que dice: “No tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre” (refrán que, dicho sea de paso, siempre me ha parecido de mal gusto). Si a Osama Bin Laden no se le hubiera ocurrido planear el acto más estúpido de los últimos dos mil años (el ataque al W.T.C. en septiembre 2001 ha demostrado ser un acto idiota que no benefició absolutamente a nadie) George W. Bush, por más diablo que digan que es, no hubiera iniciado la invasión a Iraq.

¿Y las armas de destrucción masiva qué, no fue acaso esa la excusa que utilizó el diablo para iniciar la invasión a Iraq?

En el asunto de las armas de destrucción masiva podemos encontrar otra característica de síndrome del chivo expiatorio: la transferencia de culpabilidad. Una vez más, podemos utilizar el mismo refrán de mal gusto acerca del indio que hacemos compadre: si Saddam Hussein no hubiera insistido reiteradamente en impedir las visitas de inspección de la ONU, el diablo de Bush no hubiera tenido su excusa.

Ahora bien —y aquí me permito una digresión— se dice que la invasión de Iraq fue un acto ilegal al no haber existido ninguna arma de destrucción masiva. Sin embargo, sí que había al menos un arma de destrucción masiva en Iraq: Saddam Hussein. (Un arma de destrucción masiva no tiene por fuerza que ser un artefacto que explote o una sustancia tóxica que al ser liberada en el ambiente mate a miles de personas. Un arma de destrucción masiva muy bien puede ser un hombre de carne y hueso. Ahí tenemos a Hitler, Stalin, Mao, Pol Pot y… Saddam Hussein).

Con la amnesia característica del síndrome del chivo expiatorio, se acusa a Bush de ser el culpable de la muerte de miles de seres humanos (iraquíes, soldados americanos y otros) con la invasión a Iraq. Se olvida que el ahora extinto Saddam Hussein inició no una, sino dos guerras: contra Irán, de 1980 a 1988, que costó un millón de muertos (el 60% iraníes y cerca de 100,000 kurdos) y al invadir Kuwait en 1990, en la que hubo 25,000 muertos y 2,000 heridos. (Y eso sin contar los miles de muertos que hubo en Iraq en “tiempos de paz” mientras duró el salvaje régimen de Saddam Hussein).

Así que ahora resulta que George W. Bush es el diablo y que el monstruo que fue Saddam Hussein tan sólo una víctima. ¡Por favor!

El considerar a alguien el diablo o el chivo expiatorio conlleva tres graves problemas. El primero de ellos es que el señalar a una persona como el culpable de todo sirve para apuntalar los regímenes autoritarios y a los que están en proceso de serlo. Así, la falta de libertades individuales o el fracaso económico de un régimen autoritario se achacan a la amenaza o a la injerencia de un “enemigo” (en este caso George W. Bush) y no a la ineficacia o autoritarismo del régimen mismo.

El segundo de los problemas es que los chivos expiatorios tienen, por decirlo de una manera, una “vida útil” que inexorablemente se agota. En el caso de George W. Bush, sus días como chivo expiatorio están contados. Además del revés que sufrió recientemente, cuando el partido demócrata recuperó el control del Congreso, faltan menos de dos años para que termine su mandato. Y cuando esto suceda, ¿quién se convertirá en el próximo chivo expiatorio? ¿A quién culparán ahora los palestinos y los árabes? ¿Quién será el próximo blanco de las pullas de Hugo Chávez?

Lo cual nos lleva al último de los problemas, cuya clave encontramos en la absurda petición que se leían en las pintas y mantas de Oaxaca: que en realidad el diablo no es George W. Bush, sino el pueblo de los Estados Unidos de América.

Son trescientos millones de estadounidenses a los cuales el mundo entero odia. Ellos son en conjunto ese diablo que hoy en día se concentra en la figura de George W. Bush. No es una sola persona, es todo un pueblo. Como el antisemitismo, el anti-americanismo es un sentimiento irracional y destructivo que sólo sirve para alimentar dictaduras.

Por eso el título de la presente crónica está en su idioma original, ya que al ser traducido pierde su sentido real. Porque desde que se salió el álbum de los Stones Beggar’s Banquet en 1968 que incluye la canción Sympathy for the devil (mi canción favorita) “sympathy” se tradujo al español como “simpatía” y no en su forma correcta, que es “compasión”.

Porque eso es lo que siento con todo este asunto, compasión por el diablo.