10/21/2007

La perra vida, la Santa Muerte

En los últimos quince minutos del filme “El Padrino”, de Francis Ford Coppola, tiene lugar una de las mejores secuencias de toda la historia del cine de Hollywood: Michael Corleone (Al Pacino) asiste al bautizo de su hija al tiempo en que tienen lugar una serie de ejecuciones que él mismo ordenó.

Las imágenes se suceden en un horrible contraste: de la atmósfera sacra que rodea al bautismo pasamos a un elevador donde un hombre muere por disparos de escopeta; de vuelta al bautizo y luego a un restaurante, donde acribillan a un hombre en su mesa; el sacerdote pregunta como parte del rito: “¿Renuncian a Satanás?” y los congregados ante la pila bautismal responden “¡Sí, renunciamos!” al tiempo en que otro hombre es acribillado en una barbería y otro en una escalera.

Esa secuencia magistral detalla a la perfección la profunda hipocresía y esquizofrenia moral de los miembros del crimen organizado. Por un lado —ya sea por tradición, ya por costumbre— pertenecen a una organización religiosa en la que la vida humana es uno de sus valores supremos; por el otro, son miembros de una organización criminal en la que el valor de la vida humana (la de los otros, claro, no la propia) es inexistente.

Por supuesto, no todos los criminales comparten la profunda hipocresía de la “cosa nostra”, la Mafia. De alguna manera, se dan cuenta de la enorme contradicción de ser a la vez un miembro de la Iglesia y de una organización criminal.

Sin embargo, los criminales son incapaces de romper esta contradicción renunciando a pertenecer a algún credo, por el sencillo expediente de volverse ateos, de dejar de ser creyentes.

No, el criminal siente que le es imposible renunciar a creer; porque si renuncia a ello se siente desprotegido, desvalido. Es necesario creer en alguien o en algo para que ese alguien o algo lo protejan de sus enemigos, de morir a causa de ellos.

Y es aquí en donde entra a escena la muerte. Pero no esa muerte prosaica y cotidiana que nos ocurre invariablemente (y que no existe, ya que no es una cosa, ente, espíritu o fuerza: la muerte es simplemente la ausencia de vida. Si decimos que existe es sólo por contraste, como la oscuridad, como el silencio) sino una suerte de muerte “mejorada”.

Al criminal no le importan las sutilezas: Lo que él busca es protección. Y así eleva a la muerte de la inexistencia a la santidad. La Santa Muerte se hace presente.

Como tiene más de superstición que de creencia, el culto a la Santa Muerte posee su peculiar talismán, a quien se piden favores, deseos y protección: un esqueleto cubierto con un manto, sosteniendo una guadaña y un globo terráqueo.

No me detendré a analizar el talismán. Su concepción es tan ingenua como la de haber dotado al diablo de cuernos, cola y pezuñas, lo cual lo hace indistinguible de una cabra o de cualquier otro caprino.

Lo interesante del asunto es que el culto a la Santa Muerte se ha extendido hasta los no criminales. Aunque se afirma que sus seguidores pertenecen a todas las clases sociales, la verdad es que estos se componen casi exclusivamente de la clase social marginada.

Esto ha dado lugar a sesudas especulaciones acerca de un México polarizado, de una sociedad excluyente y explotadora o de una Iglesia católica que se rehúsa adaptar al espíritu de los tiempos.

Una vez más, la verdad es más prosaica. La Santa Muerte es a la industria de imaginería y los talismanes, lo que la invención de los “nuggets” de pollo por parte de Mc Donald’s fue a la industria avícola de los Estados Unidos en los años setenta del siglo pasado: su salvación.

Porque las ventas de imágenes religiosas tradicionales estaban en picado, no tanto por una baja en la devoción popular, sino porque las imágenes religiosas tienden a perdurar hasta por generaciones en los hogares devotos.

Así que hoy en día hasta la más humilde mercado popular tiene entre sus artículos de venta varios modelos diferentes de la Santa Muerte y estos son adquiridos por cada vez más personas.

Por supuesto, a muchos de los nuevos seguidores de la Santa Muerte no les gusta su macabra imagen de esqueleto encapuchado propia del “halloween” y por ello se está llevando a cabo un cambio de imagen digno de un político en campaña y se le está convirtiendo en una especie de ángel de segunda generación.



La vida es muy dura para la mayoría de las personas. Una perra vida en la que sólo abundan las carencias, donde se carece de opciones. Y cuando se lleva esta clase de vida el deseo más profundo es el de abandonar la miseria lo más pronto posible, sin esfuerzo alguno y sin compromiso de ninguna especie.

Por eso se acercan a la Santa Muerte, no para pedirle voluntad y fuerzas, sino para solicitar el ganarse la lotería, el obtener al amante, encontrar un tesoro o cualquier otra cosa que resuelva su precaria situación de inmediato.

Y la Santa Muerte no les pide nada a cambio, excepto su vida.

Porque dicen que “la Santa Muerte te protege, y te mueres sólo cuando deja de protegerte”.

Cualquiera que sea capaz de captar la estupidez inherente en este último enunciado está definitivamente fuera del influjo de este moderno talismán.

9/23/2007

El Diablo se detuvo en Tayoltita

La noticia apareció en los diarios en agosto pasado y —aunque escandalosa— pasó desapercibida. Y es que llegó a nosotros amortiguada, convertida en un mero susurro de angustia, como sucede con todo grito de auxilio proferido desde un profundo pozo.

Al final de este pozo se encuentra Tayoltita, una comunidad minera de 8,000 habitantes localizada en el estado de Durango.

A la multitud de problemas cotidianos que enfrenta este tipo de comunidades mineras para sobrevivir, se le ha sumado uno más, tan terrible, que amenaza con destruir a todos sus pobladores.

Tayoltita se encuentra enclavada entre municipios que forman el llamado “triángulo dorado” (cuyos vértices son los estados de Chihuahua, Durango y Sinaloa) que es el área donde se produce la mayor cantidad de enervantes en México.

Como sucede en este tipo de lugares, el consumo guarda estrecha relación con la producción de drogas. Sin embargo, en el caso de Tayoltita esta relación se ha tornado tan perversa, que de las ocho mil almas que la habitan, tres mil son adictas a alguna droga, principalmente al “cristal”.

Esto significa que cuatro de cada diez habitantes de Tayoltita son adictos, desde niños de tan sólo once años hasta gente mayor, hombres y mujeres.

¿Cómo se llegó a esta situación tan aberrante? ¿Cómo fue posible convertir a tantas personas en adictos, en un poblado cuyas carencias materiales son similares a las de otras pequeñas comunidades mineras diseminadas por todo el país?

El secreto está en que las redes de narcomenudeo de metanfetaminas han realizado en Tayoltita una diabólica innovación: las dosis individuales de droga no tienen un precio determinado, sino que éste depende de lo que el cliente disponga. En otras palabras, “traes veinte pesos, te doy lo que te corresponde por veinte pesos”.

De esta manera, si el adicto no es capaz de poder pagar los, digamos, cien pesos que cuesta la dosis, entonces se le venden tres cuartas partes de dosis, o media dosis, o un cuarto de dosis… La cuestión es vender algo de droga, lo que sea a fin de mantener a alguien adicto.

Si alguien duda que el sistema funciona, ahí están el 40% de los habitantes adictos de Tayoltita para convencerlo.

Confieso que cuando leí la noticia quedé estupefacto. Por más que reflexionaba en ello no lograba comprender (no lo comprendo aún) lo espantoso de la situación. No sólo el misterio de cómo podía mantenerse aún en pie una comunidad con casi la mitad de sus habitantes adictos, sino también el por qué se permitió llegar a Tayoltita hasta ese extremo.

¡Y la atroz situación de un adicto en Tayoltita!: Si ya de por sí es espantoso ser adicto a cualquier cosa, el infierno que experimenta un adicto en este lugar es mil veces peor.

Porque si de adictos se trata, estos no poseen la voluntad para ir juntando sus fracciones de dosis hasta llegar a completar esa dosis que les lleve a ese estado deseado por el que sacrificaron su dinero y su cuerpo.

No, un adicto en Tayoltita no experimenta “la experiencia” completa. Quizá sólo la alcanza en un 50% o sólo en un 20%.

Y eso significa el infierno más completo. En su círculo más hondo.

9/04/2007

Ucronías

¿Has llegado al aburrimiento? ¿A hartarte de cuentos chinos, reformas fiscales, narcos, visiones apocalípticas, chismes de la farándula y políticos de pacotilla?

¿Quieres encontrar un entretenimiento que atraiga a tu intelecto y te diga más de ti y del mundo que te rodea que más de cien años de navegar en la red?

Prueba la ucronía.

Según nos dice el diccionario, ucronía es la reconstrucción lógica, aplicada a la historia, dando por supuesto acontecimientos no sucedidos, pero que habrían podido suceder.

En otras palabras, utilizar el famoso e inquietante ¿y si…? Las posibilidades que ofrece dicho cuestionamiento son, si no infinitas, sí al menos las suficientes para arrojar una nueva luz sobre los acontecimientos históricos presentes, lo cual permite observarlos desde una perspectiva diferente.

El término ucronía fue acuñado por el filósofo positivista francés Renouvier en 1836 y éste lo definió como “la utopía en el tiempo". A la ucronía también se le considera un subgénero de la ciencia ficción (se le llama novela histórica alternativa o historia contrafactual) y no es muy bien vista —más bien, la odian— los estudiosos serios de la Historia.

La causa es sencilla: en la ucronía, vez de hechos se utilizan especulaciones. Y esto la convierte en una suerte de engaño.

Sin embargo, sabemos que no todos los historiadores son objetivos. Aún y cuando dicen basarse en los hechos para sus reconstrucciones históricas, muchos de éstos hechos son escogidos para que cuadren con la tesis del historiador, en tanto otros hechos —quizá iguales en importancia— son omitidos o soslayados.

Esto es muy común en los llamados historiadores “oficiales” (que relatan los hechos según favorezcan al régimen) o en aquellos que reconstruyen la historia de su propia nación. Por ello la antigua frase: El vencedor es quien escribe la historia.

Sin embargo, yo estoy de lado de los historiadores serios (no “oficiales” o nacionalistas) y apoyo a los hechos. Es por eso que propongo a la ucronía no como una manera de contradecir la Historia, sino como una forma de entretenimiento intelectual.

Pero para que de este entretenimiento resulte una buena ucronía y no sólo un engaño o mistificación es necesario tener en cuenta ciertos conceptos.

En primer lugar, debe de tratarse de una reconstrucción lógica. Esto es, carente no sólo de prejuicios, sino de deseos.

Porque la ucronía no debe ser la historia como nos gustaría que fuera, sino la historia que resultaría si se hubieran presentado las cosas de otra manera.

Por ejemplo, si elaboramos una ucronía partiendo del hecho de que Hernán Cortés hubiera sido derrotado completamente por los aztecas, ¿con qué nos quedamos? ¿Con los indígenas mexicanos libres del yugo extranjero? ¿Con 400 años sin explotación europea, lo cual hubiera permitido a los antiguos mexicanos alcanzar un grado de civilización extraordinario?

Discurrir de esa manera es un absurdo ya que, para empezar, los diversos pueblos que habitaban el México antiguo estaban lejos de vivir una existencia idílica, como muchos les atribuyen ingenuamente. Los propios aztecas eran un pueblo guerrero e imperialista, con una visión del mundo que requería de sangre y riquezas para afianzar su poder y extender el terror. (Para Cortés y sus hombres hubiera sido imposible la conquista de México solos, sin la ayuda de miles de vasallos de los aztecas que estaba hartos de pagar tributos y proveer prisioneros para los sacrificios a los insaciables dioses aztecas).

Por otro lado, el haber derrotado los aztecas a los españoles durante la conquista no puede tomarse como un hecho aislado, ya en todo el mundo tenían lugar otros acontecimientos que tarde que temprano llevarían a los antiguos mexicanos a enfrentar a otro enemigo europeo: Quizá portugueses o ingleses.

Así que una mejor ucronía —o al menos más “real”— sería el preguntarnos: ¿Qué hubiera ocurrido si en lugar de los españoles hubieran sido los ingleses quienes nos conquistaran?

Otro error que puede llevar a una ucronía malograda es considerar como “claves” ciertos hechos históricos que no tienen una mayor trascendencia. Un ejemplo de ello es la muerte de la princesa Diana acaecida hace casi exactamente diez años.

¿Qué hubiera pasado si el 31 de agosto de 1997 Diana Spencer, princesa de Gales, no hubiera fallecido en un accidente de coche? Nada.

Con esto no quiero decir que todo hubiera seguido igual. Quizá el príncipe Carlos hubiera dimitido a su cargo de príncipe heredero (lo que considero muy poco probable) o quizá Diana fuera la que se viera obligada a abandonar la escena. En cualquier caso, la historia del mundo hubiera seguido el rumbo que ha seguido hasta nuestros días, con Diana o sin ella.

El caso opuesto lo encontramos en los acontecimientos que tuvieron lugar la mañana del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. De aquí sí surge una ucronía con enormes repercusiones mundiales a partir de ese día trágico. ¿Qué hubiera pasado si el FBI o la CIA o Bruce Willis hubieran impedido los ataques a las torres gemelas del World Trade Center?... ¿Interesante, no es cierto?

Otras de las claves para conseguir una buena ucronía es escoger algunos hechos históricos contemporáneos en vez de irse muy atrás en la historia. Además, es más divertido, ya que muchos de los hechos históricos recientes o incluso presentes los tenemos frente a nosotros.

Ahí les va algo interesante para desarrollar una ucronía: Es la madrugada del 3 de Julio de 2006 y los resultados preliminares del conteo rápido del IFE dan una ventaja de medio punto porcentual a Andrés Manuel López Obrador sobre Felipe Calderón, lo cual lo hace el virtual ganador de la contienda presidencial…

8/01/2007

La democracia apesta

Ya sé, ya sé… La democracia es la mejor forma de gobierno ideada por el hombre y bla, bla, bla.

Sin embargo, basta con echar un vistazo a cualquiera de las llamadas “democracias” del mundo para percatarse que algo anda mal, muy mal.

Escudados tras el que sin duda es el término más “políticamente correcto” de todos —la democracia— los gobernantes hacen lo que les da la gana, olvidando el elemento clave sin el cual la democracia pierde todo su sentido: el Pueblo.

Así, no encontramos que los políticos “democráticos” de todo el mundo gobiernan no para el Pueblo, sino para los Partidos a los que pertenecen o para sí mismos (como es el caso del presidente Hugo Chávez, de Venezuela, del que —dígase lo que se diga— fue elegido democráticamente, por lo menos la primera vez).

Por supuesto, el problema no es de ahora, sino que se ha presentado desde el nacimiento mismo de la democracia, la cual siempre ha sido una especie de farsa.

Consideremos la cuna de la democracia, Atenas, sobre la cual se ha dicho que no sólo es el modelo, sino la más perfecta de las democracias. (Lo que sigue a continuación es un extracto —editado, por supuesto— de lo que nos dice la entrada en Wikipedia. Lo siento, pero Wikipedia es el recurso de referencia al que acude el internauta común y corriente y, por lo tanto, el origen de tantas malas interpretaciones y mitos).

Nos dice Wikipedia (los subrayados en cursiva son míos):

En Atenas el "gobierno del pueblo", consistía en una asamblea conformada por todos los ciudadanos libres, los cuales elegían cada año a diez estrategas o generales, uno por cada una de las diez tribus ciudadanas, siendo los encargados de preparar expediciones de guerra, recibir a los enviados que venían de los pueblos y dirigir la política.

Se dice que el “pueblo soberano” de Atenas se gobernaba por sí mismo y decidía sin intermediarios los asuntos de Estado en la Asamblea. Los ciudadanos atenienses libres sólo debían obediencia a sus leyes y respeto a sus dioses y tenían igualdad de palabra, es decir, la palabra de un rico valía lo mismo que la de un pobre. Los tribunales estaban compuestos por números elevados de ciudadanos (de 300 a 500 y más, dependiendo de los asuntos) siendo escogidos por sorteo entre aquéllos que se ofrecían voluntariamente.

Sin embargo, el principio de igualdad otorgado a todos los ciudadanos tenía peligros, pues la mayor parte del tiempo estaban ejerciendo un cargo público con problemas para ejercer su oficio o profesión, lo que les hubiera vuelto pobres, salvo que dejasen de ejercer sus derechos políticos para consagrarse a los cargos. Para evitar esto, la democracia ateniense se aplicó la tarea de ayudar a los más pobres de esta manera:

Concesión de salarios a los funcionarios públicos.
Buscar y proporcionar trabajo a los pobres.
Otorgar tierras a los campesinos desposeídos.
Asistencia pública para los inválidos, huérfanos e indigentes.
Entre otras reformas de ayudas sociales más.

Los magistrados eran aquellas personas que ocupaban un cargo público, aquellos que formaban la Administración de la Polis; estaban sometidos a un riguroso control popular. Los magistrados eran elegidos a suerte, por el sistema de las habas. Se disponía de unas habas blancas y otras negras y según el haba que la persona sacase de la caja así obtenía o no el cargo. Era una forma de eliminar toda influencia de las personas ricas y las posibles intrigas.

No obstante, existían algunos cargos que no eran elegidos por este sistema sino que los elegía la Asamblea del pueblo, de los cuales los más señalados fueron el de estratega (general) y el de magistrado de las finanzas. Se suponía que para ejercer estos dos cargos había que tener unas determinadas e importantes cualidades. Los cargos de los magistrados no duraban más de un año en la misma persona, incluidos los estrategas, por eso el nombramiento de Pericles año tras año constituye una excepción. Al cabo del año cada magistrado tenía que dar cuentas de su administración y en qué estado quedaba el patrimonio.

Había también más de cuarenta funcionarios de la hacienda, y más de sesenta policías, encargados de la vigilancia de las calles, del mercado, de los pesos y medidas y de verificar los arrestos y las ejecuciones.

La Asamblea (en griego decían εκκλησια, es decir, "asamblea por convocación"), fue el primer órgano de la democracia. En teoría se debían reunir en asamblea todos los ciudadanos de Atenas, pero el número máximo que se llegó a congregar se estima que fue de 6.000 participantes. El lugar de reunión era en un espacio situado en la colina llamada Pnyx, frente a la acrópolis. Las sesiones duraban a veces desde el amanecer al atardecer. Se reunían con una frecuencia normal de 5 veces en cada Pritanía, es decir, una vez cada ocho o nueve días.

La Asamblea decidía las leyes y los decretos que eran propuestos, pero apoyándose siempre en las leyes antiguas que llevaban un buen tiempo en vigor.

Hasta aquí con Wikipedia.

Si hacemos una lectura adecuada de la entrada, podemos darnos cuenta de muchas cuestiones interesantes. Lo primero que salta a la vista es que el que escribió (o los que escribieron) la entrada en Wikipedia tiene(n) —como la mayoría de las personas— una idea muy elevada de la democracia. Eso de las asambleas, reuniones, etcétera, nos da la impresión de una amplia participación democrática.

Sin embargo, —y aquí empiezan los peros— sólo los ciudadanos libres (hombres mayores de 30 años) estaban metidos en el juego de la democracia. Las mujeres, jóvenes, esclavos y extranjeros no contaban para nada. Esto reduce al “Pueblo” de Atenas a no más de seis mil ciudadanos (el 10% del total) con derecho a regir el destino de Atenas.

Otra cosa que llama la atención de la entrada es cuando se menciona el “peligro” de la igualdad de los ciudadanos libres —que estos se empobrecieran por estar ocupados ejerciendo sus cargos públicos— y las acciones encaminadas a corregir esto, de las cuales sólo la concesión de salarios a los funcionarios públicos tiene sentido. El resto de ellas (buscar y proporcionar trabajo a los pobres, otorgar tierras a los campesinos desposeídos, asistencia pública para los inválidos, huérfanos e indigentes) suenan más a demagogia u otorgar dádivas a los que no contaban en las decisiones.

Por supuesto, el caso de Pericles merece ser comentado también. Este fue reelegido en 15 ocasiones (gobernó del 445 A.C. hasta su muerte en 429 A.C.) siendo que el resto de los estrategos gobernaban sólo durante un año. Quizá Pericles fuera un gobernante fuera de lo común, un estadista brillante y tenía un nombre chistoso, pero la ley marcaba que sólo debía gobernar un año. ¿Por qué no respetar la ley? ¿Por qué hacer una excepción con Pericles?

Así, desde el comienzo mismo, la democracia fue un sistema imperfecto, excluyente, que solamente sirve para privilegiar a unos cuantos: los gobernantes, aquellos que detentan el poder.

Aún y cuando se han intentado corregir algunos de los defectos de la democracia (mediante recursos como los del sufragio universal, el voto secreto, la igualdad de los votantes) no se ha llegado a una solución siquiera medianamente eficaz.

La democracia directa, esto es, donde los ciudadanos participan directamente en el proceso de decisiones políticas (por ejemplo, en Suiza) mediante el uso de iniciativas populares y el referéndum, las cosas no han funcionado muy bien. En los últimos 120 años se han presentado en Suiza más de 240 iniciativas para su referéndum, aprobándose sólo un 10% de todas las iniciativas, algunas de forma parcial.

Además, los políticos aviesos de todo el mundo se han percatado que es muy sencillo manipular las iniciativas de referéndum y de la poca confianza ciudadana que suscitan (lo que se traduce en una baja participación) por lo que la democracia directa no funciona tampoco.

Según yo veo la cosa, el problema de la democracia es —paradójicamente— cuestión de números. Funciona perfectamente cuando se aplica en una comunidad homogénea y de tamaño reducido, donde los ciudadanos tienen intereses e ideales comunes.

Sin embargo, en las sociedades modernas es casi imposible encontrar comunidades así. Está tan atomizada la sociedad, los intereses e ideales son tan diversos, que la aplicación de una democracia se hace casi imposible.

No soy un teórico ni tengo los conocimientos necesarios, pero creo que ya ha llegado el momento de unir voluntades y ponerse a pensar qué hacer para hacer que funcione la democracia.

La democracia apesta, pero no a cadáver. Lo que le falta es una muy buena limpieza.

7/14/2007

Narcos, mentiras y vídeos

Cinco años atrás, Monterrey (la ciudad en la que vivo) era considerada como la segunda ciudad más segura de América Latina.

Hoy en día, esa aseveración es historia: en lo que va del 2007 en Monterrey y su área metropolitana han sido ejecutadas 82 personas —muchas de ellas en lugares públicos y a plena luz del día— y proliferan los llamados “levantones” (modalidad bastarda del secuestro, cuyo fin no es cobrar un rescate, sino obtener información mediante la tortura antes de ejecutar al “levantado”)

(Si bien es cierto que el máximo de violencia se alcanzó en marzo pasado, y que ahora estamos en relativa calma debido a una especie de “tregua” entre las bandas del crimen organizado —que muchos atribuyen a los mismos criminales y no a los esfuerzos anticrimen realizados por el Gobierno— la verdad es que no debemos bajar la guardia.)

A esta fiesta del crimen se unieron alegremente bandas delictivas de todo tipo, que se dedicaron a asaltar a los comensales de restaurantes o a personas a las salidas de centros comerciales o supermercados.

Fue un período muy feo: Bastaba ver cualquiera de los noticieros locales de televisión para que tu sistema nervioso se alterara. No sólo por el hecho de averiguar a cuántos habían ejecutado durante el día, sino al observar los intentos infructuosos que hacían los presentadores para intercalar —sin que se notara mucho— tanta muerte violenta entre las noticias del clima y las deportivas.

Las autoridades locales resultaron patéticas en todos los sentidos: habían sido rebasadas por los índices delictivos, y continuamente eran retadas o humilladas por los criminales, los cuales gozaban (aún gozan) de la impunidad más absoluta.

¿Qué pasó? ¿Por qué bastó sólo un lustro para convertir a Monterrey de ciudad segura a parque de diversiones del crimen?

“El crimen organizado se pelea la plaza”. Esa fue la respuesta a dicha interrogante que se escuchó de boca de autoridades y editorialistas. (Esa respuesta, que pretendía explicarlo todo, se asemejaba a esos remedios naturistas que lo curan todo, desde el reuma y el asma hasta el cáncer).

La realidad es mucho más complicada… y siniestra. Me pude dar cuenta de ello cuando reunía datos para la presente crónica. Fue como caminar por un pantano inmundo, en el que cada nuevo dato era como un lodo pegajoso que se adhería y acumulaba a mis pies, dificultándome el avance. (Llegó un momento en que era tal la suciedad acumulada, que pensé en hacer a un lado todo el asunto y escribir mejor de otra cosa).

Sin embargo, al mismo tiempo, era como si me hubiera encontrado por casualidad un viejo cubo de Rubik en un rincón del desván. El asunto tenía tantas facetas, que no pude resistir el intentar resolverlo.

Lo que encontré me dejó muy confundido, ya que al parecer no existe correspondencia entre la realidad y los hechos que han estado sucediendo. Dicho de otra manera, nada es como se supone debería ser.

Y la causa de ello es que descubrí que el asunto del narcotráfico está plagado no sólo de mentiras, sino también de enfoques erróneos y de malas interpretaciones, lo cual hace muy difícil entender lo que pasa.

Confieso que nunca pude resolver un cubo de Rubik, pero eso no me impide escribir una monografía acerca de éste. Lo mismo cabe decir del narcotráfico.

He aquí lo que encontré.

Negocios riesgosos.

De lo primero que me di cuenta fue que, si en realidad quería contestar a la pregunta de qué había pasado con mi antes segura ciudad, tenía que empezar por dejar de pensar localmente y ver más allá de las fronteras municipales, estatales y nacionales. Además, tenía que partir de lo general para llegar a lo particular.

El narcotráfico es un asunto global. No existe ni un sólo país en todo el mundo (con excepción quizá de Groenlandia, aunque tengo mis dudas) que esté exento de éste o que no se vea afectado por sus nocivos efectos en mayor o menor grado.

La guerra en Afganistán, por ejemplo, no se podría explicar si no fuera por la enorme producción de amapola que se cultiva en ese país. (¿O acaso alguien piensa que existe otra razón para disputarse ese pedazo de tierra olvidado por Alá?)

A mi juicio, los intentos de las autoridades mundiales para eliminar el narcotráfico han resultado infructuosos por dos razones principales: La primera de ellas se relaciona con la enorme cantidad de dinero involucrada. La segunda es por el elevado consumo.

El caso de los Estados Unidos lo resume todo perfectamente. El valor anual del tráfico (tan sólo de la cocaína) entre México y los Estados Unidos oscila entre los sesenta y los ciento cuarenta mil millones de dólares. De de esa enorme cantidad de dinero, la Procuraduría General de la República (PGR) calcula que un 70% se queda dentro del los Estados Unidos, en tanto la Casa Blanca sostiene que noventa centavos de cada dólar producto de la droga en los Estados Unidos entra en el sistema financiero de ese país.

En pocas palabras, es una tremenda inyección a la economía de los Estados Unidos, que supera con mucho a las remesas que mandan los indocumentados a México y demás países latinoamericanos y de las que tanto se lamentan los que se oponen a una reforma migratoria.

Por ello, los gringos se han hecho —y se harán— de la vista gorda ante el problema del narcotráfico. Prefieren enfocar sus esfuerzos en defenderse contra sus enemigos reales o imaginarios (como los terroristas islámicos o los trabajadores ilegales) que poner un alto a un negocio ilícito que tantos beneficios económicos les deja.

El ejemplo más claro de ello es el muro fronterizo que pretenden erguir en la frontera entre México y los Estados Unidos. Por supuesto, de construirse dicho muro no sólo se pondría en un peligro real la seguridad de los Estados Unidos, sino que tendrían que lidiar con la posible pérdida de un negocio tan lucrativo como el narcotráfico.

La droga maldita.

Se calcula que en los Estados Unidos existen 20 millones de consumidores de drogas, de los cuales unos seis millones son adictos.

Los esfuerzos realizados por el Gobierno de ese país para reducir el consumo de drogas han sido inútiles, con una sola excepción: el tabaco.

El consumo del tabaco en los Estados Unidos ha bajado de manera espectacular en las últimas décadas, ya que se han invertido cientos de millones de dólares en programas de prevención. (El éxito ha sido tal, que ya son mayoría los países del mundo que se han unido a esta cruzada en particular).

Sin embargo, las estadísticas en los EEUU muestran que las muertes relacionadas con el consumo de tabaco (cáncer, infartos, hipertensión, etc.) no han disminuido, sino que siguen constantes o incluso han aumentado. ¿Alguien podría explicarme esto?

(Antes de continuar con el tema, quisiera dejar muy en claro que mis argumentos no son pro-tabaco. Fumar es nocivo para la salud. ¿Quedó claro?)

Sin embargo, creo que los efectos negativos del tabaco se han exagerado excesivamente, propiciando una serie de resultados no deseados —como veremos a continuación— algunos tan graves que hacen ver al tabaco como una droga inocua.

El tabaco se ha convertido en la droga maldita por excelencia. Los fumadores no sólo se han visto desplazados socialmente, sino también sus derechos han sido pisoteados.

Una simple comparación con otra sustancia tóxica muy popular (el alcohol) nos permite ver algunos de los aspectos más inquietantes de asunto: Supongamos que una persona que fuma enferma de cáncer, ¿cuál es la reacción de la gente? Su reacción automática es considerar al enfermo de cáncer culpable de su enfermedad.

La gran mayoría piensa incluso que el fumador se merece su cáncer. (Está tan arraigada la idea fumar=cáncer, que muchos ni siquiera preguntarían por el tipo de cáncer, ya que inmediatamente lo relacionan con el cáncer del pulmón).

Supongamos ahora que un alcohólico enferma de cirrosis. Aquí la situación cambia por completo, porque se considera al enfermo de cirrosis una víctima de la enfermedad, y no al revés, como en el caso del fumador.

Para la gran mayoría de las personas, el fumar es un vicio y el alcoholismo una enfermedad. Por lo tanto —razonan— el fumador es culpable y el alcohólico víctima.

Cualquier persona con un mínimo de sentido común puede ver que esto es un absurdo. Fumador y alcohólico son iguales desde cualquier punto de vista. Ambos tienen vicios, ambos pueden desarrollar una enfermedad derivada de dichos vicios.

La realidad es que, aunque el fumar puede llegar a matar a una persona, no se acerca ni con mucho a los efectos terribles asociados con el alcohol, los cuales incluyen no sólo también una posible enfermedad, sino algo que está ausente con el fumar: la violencia.

Prácticamente todas las riñas callejeras; el 70% de los accidentes de auto; un alto porcentaje de las mujeres y niños golpeados; hogares destruidos, robos y violaciones son consecuencia directa de tomar alcohol en exceso.

Entonces, ¿por qué se ha convertido al tabaco en el enemigo de salud número uno?

La campaña en su contra ha alcanzado límites inverosímiles, que rayan en lo que podríamos llamar fanatismo: La vez pasada vi en la televisión una entrevista con una diputada o senadora del Partido Verde Ecologista que quería que el acto de fumar fuera considerado homicidio. Otro ejemplo: En un país escandinavo (no recuerdo si fue en Suecia o en Noruega) amenazaron con cancelar una obra de teatro si el actor que representaba a Winston Churchill encendía un puro en el escenario… La lista podría extenderse todavía más.

Toda esta campaña antitabaco ha propiciado que los estupefacientes hayan ocupado el vacío creado por su ausencia: ahora el consumo de drogas es socialmente aceptado, al menos en los Estados Unidos. Jóvenes y adultos que abominan el tabaco no dudan en fumar la marihuana o cocaína o heroína o metanfetaminas.

Para el que no crea que esto es cierto, cabe mencionar por ejemplo que en algunas zonas de los Estados Unidos, como en Kentucky y Virginia, la producción de marihuana ha desplazado al tabaco como componente esencial de la economía de la región. (El cincuenta por ciento de la marihuana que se consume en los Estados Unidos se produce dentro del país).

La aritmética del diablo.

Hablar del narcotráfico es hablar de excesos. En nada se nota más esto que en las cifras involucradas: cientos, miles, millones, miles de millones…, llega un momento en que se pierde toda proporción.

Por ejemplo, según cifras oficiales, Colombia produce al año 545 toneladas de cocaína; Perú 165 y Bolivia, 70. Suman 780 toneladas anuales, las cuales —cuando se comercializan en los Estados Unidos— alcanzan un precio de mercado entre 39 mil y 78 mil millones de dólares, ya que el gramo de cocaína se cotiza en las calles entre los 50 y los 100 dólares.

Cualquiera que lea el párrafo anterior puede sentirse impresionado, pero no más. Son tantas las estadísticas que leemos sobre el narcotráfico, que en verdad hemos perdido la capacidad para interpretarlas correctamente. (Además, la mayoría de las personas somos incapaces de manejar números tan grandes).

Esta falta de capacidad se traduce en algunas interpretaciones erróneas, siendo quizá la más notable la aparente ausencia de narcotraficantes en los Estados Unidos. Porque, ¿alguien ha escuchado alguna vez el nombre de un narco gringo? ¿De un cártel gringo?

No, estos brillan por su ausencia. ¿Por qué?

Jorge Fernández Menéndez, en un artículo que escribió para Letras Libres sobre las redes del narcotráfico en los Estados Unidos nos acerca a la respuesta. Escribe: “Cuando se le preguntó en alguna ocasión al laureado periodista Bob Woodward (uno de los dos periodistas del Washington Post que destapó el escándalo Watergate) el porqué nunca había trabajado sobre el tema del narcotráfico en su país, se limitó a decir que nunca lo haría ‘porque es muy peligroso’. Por eso, descorrer el velo sobre las redes del narcotráfico en Estados Unidos es tan complejo, tan difícil: ni las autoridades ni los medios quieren o desean pasar de la información de superficie y de los más graves síntomas del tráfico (que saturan el mercado informativo) y el consumo, para ahondar en las profundidades de un negocio que puede financiar todo lo imaginable”.

Otra cosa importante que Fernández Menéndez menciona en su artículo (y que resolvió una de mis mayores interrogantes) fue que el mayor error de las autoridades gringas es creer que cuando la droga cruza la frontera “se pulveriza”, pasando directamente de los grandes cárteles a las redes de distribución minorista, tratando de ignorar que existen etapas intermedias, “tantas como las que se puedan imaginar por el simple hecho de que la distancia para llevar la droga, por ejemplo, del El Paso a Nueva York es mucho mayor que la que se debe transitar para hacerla llegar de la costa norte de Colombia al Caribe mexicano”.

Por el contrario, una vez que los cargamentos de droga pasan la frontera entre ambos países (por medio de tráileres, autos, “mulas” y túneles) estos se guardan en grandes depósitos y desde ellos se van aprovisionando los mercados, con redes controladas por los propios cárteles, que luego sí pulverizan el producto cuando llegan a las calles.

Aún y cuando las redes que controlan el negocio del otro lado de la frontera son las mismas que controlan el negocio en México, resulta evidente de que no están solas en el negocio. Dicho de otra manera, no todos los narcos son mexicanos o colombianos o latinos en general. También hay gringos… y muchos.

¿Una ciudad perdida?

Esto me devuelve a Monterrey, mi ciudad. ¿Qué nos espera? Terminada la “tregua”, ¿volverán las ejecuciones y los “levantones”?

Aunque todo parece indicar que el consumo de drogas ha crecido mucho en Monterrey, no creo que dicho incremento justifique una “pelea por la plaza”. Lo que me inclino a creer es que al estar aumentando la vigilancia y seguridad de la frontera (con sus muros virtuales y reales) se les está dificultando cada vez más a los narcos el pasar las drogas al otro lado y por ello están tratando de colocar más producto en territorio nacional.

El que lo logren o no depende no tanto de la guerra contra las drogas que ha emprendido el Gobierno, sino de la sociedad regiomontana (y por extensión, nacional).

¿Seremos capaces de hacer frente a ello o nos resignaremos a vivir en una ciudad (en una nación) perdida?

La pregunta está en el aire.

6/19/2007

Sin fecha de caducidad

Imaginen que reciben una invitación a una fiesta que les llega con un atraso de treinta años. ¿Qué sentirían?

Les diré lo que sentí yo cuando recibí la invitación para el festejo del treinta aniversario de la generación 1977 de la secundaria del Instituto Regiomontano, que se llevó a cabo el pasado nueve de junio: Por un lado, sentí cierta satisfacción al comprobar que todavía se acordaban de mí; por el otro, experimenté una angustia sutil, la cual fue adquiriendo sustancia conforme leía la invitación y me enteraba que una de las actividades programadas era un torneo corto de fútbol. Entonces la angustia fue total.

Para entender dicho sentimiento, hay que tener en cuenta lo que se me exigía. No sólo mi presencia, sino también participar en un torneo de fútbol (¡yo, que no había siquiera tocado una pelota de fútbol en treinta años!) Eso es lo que en física se conoce como un salto cuántico: Había que regresar al pasado treinta años después del suceso y de pasada jugar al fútbol.

Cuando esto tiene lugar, tomas conciencia de esa cuarta dimensión invisible que se llama Tiempo. Si bien es cierto que sabes que estás envejeciendo, este proceso se te presenta en una forma muy paulatina, diluido, como una solución homeopática. Envejeces, pero no te das cuenta de ello (o no te importa darte cuenta de ello, como es mi caso).

Sin embargo, cuando se te pide presentarte ante otros que han sufrido el mismo proceso de envejecimiento que tú, pero que nos los has visto en treinta años a muchos de ellos, entonces el proceso de envejecimiento se presenta como en una de esas películas de terror de los años cincuenta, cuando un hombre se convierte en lobo en luna llena: bastan cuatro o cinco tomas yuxtapuestas para que la cara del hombre se llene de pelo y le crezcan unos enormes colmillos.

Aún y cuando yo recordaba que algunos de mis compañeros de la secundaria lucían igual que hombres lobo (el pelo largo estaba de moda) la verdad es que sentí curiosidad por ver el cómo lucían hoy en día. Así que cuando me habló la momia —que formaba parte del comité organizador— le dije que contaran con mi presencia.

La momia. Esa era otra de las cuestiones delicadas del asunto. Porque siendo el Instituto Regiomontano una escuela de hombres exclusivamente (ahora creo que ya es mixto) a la mayoría de tus compañeros sólo los conocías por su apodo.

En aquél tiempo estaba bien dirigirte a alguien como el monstruo, el pollo o la muñeca, pero quizá no sería lo correcto en el presente. El problema era que yo recordaba a muchos sólo por sus apodos.

Total, llegó el día del evento. Cuando llegué al sitio de la reunión por la mañana, ví a unas veinticinco o treinta personas reunidas en un gran círculo. En un principio, me sorprendió que los organizadores hubieran logrado reunir a tantos maestros, hasta que caí en cuenta de que no eran maestros, sino mis antiguos compañeros.

Y empezó el reencuentro. “¡Hombre!, ¿cómo estás? ¡Cuantos años!” Y mientras te unías en un sonoro abrazo te preguntabas quién demonios era aquel tipo. (El consuelo era que de seguro él se estaría preguntando lo mismo, así que te volvías hacia otro compañero y repetías el gesto).

Sin embargo, tanta palmada en la espalda y tantas sonrisas tienen la cualidad de echar a andar a tu memoria. Así que para el cuarto o quinto de tus compañeros con que te saludas aquellos rasgos adolescentes toman su lugar correcto y lo reconoces a pesar del apresurado disfraz que le ha colocado el tiempo.

Por supuesto, la erosión temporal es diferente en cada persona. En algunos, el cambio ha sido tan sutil que te parece estarlos viendo en los pasillos del colegio; en otros, si bien ya no se ven como adolescentes, conservan cierto aire juvenil, a pesar de las canas y algunas arrugas. Por último, están aquellos que parecen sobrevivientes de una guerra nuclear.

En éstos el tiempo parece haberse ensañado a tal grado que los vuelve irreconocibles. Por más que fuerzas tu imaginación y tu memoria, ninguna imagen surge de ese rostro envejecido o de ese escasísimo pelo completamente blanco.

Sin embargo, el espíritu juvenil sigue ahí, como si fueran una especie del Rolling Stones en gira mundial. (Por cierto, uno de mis compañeros —no diré nombres— se parece a Keith Richards y otro a Jimmy Page).

Media hora de estos reencuentros y pasamos a la misa. No me sorprendió mucho que se programara una misa en el evento, ya que se trata de un colegio católico. Lo que sí llamó mi atención fue la seriedad con la que todos asistimos a la misa. Nada de los cuchicheos y las risas contenidas que se oían en las misas del colegio de hace treinta años.

Con esto no quiero decir que el espíritu de entonces estuviera ausente: El sacerdote que oficiaba la misa dijo, en consideración a los maestros que nos acompañaban: “Aquellos que puedan, se hincan”. Después de la consagración, el sacerdote nos invitó a levantarnos y mi compañero de al lado dijo en voz baja: “¡Los que puedan!”, con lo cual casi me tuve que morder la lengua para evitar reírme en voz alta.

Después de misa, desayunamos unos tacos y asistimos a una pequeña asamblea, en donde me volvió a sorprender la madurez que al parecer todos habíamos adquirido.

Hubo discursos serios de compañeros míos que antes no eran capaces de decir una frase de siete palabras sin que cinco de ellas fueran maldiciones. Hablaron también algunos de los maestros invitados. Hubo un collage multimedia con imágenes de hace treinta años al ritmo de Don’t worry, be happy de Bobby McFerrin (sí, somos más viejos) y se premió a tres compañeros y a uno de nuestros maestros por su valor al superar operaciones o enfermedades muy serias. (Un maestro, el Hermano Macías, había no sólo sobrevivido a un grave derrame cerebral, sino que tuvo que aprender de nuevo a caminar, comer por sí solo, etc.)

¡Y yo no había podido aún dejar de fumar! Me sentí como un vil gusano por ello. Así que en ese momento decidí dejar de fumar. (Cosa que logré por un período de unas dieciocho horas).

Luego vino un mensaje videograbado del Hermano Pérez, que ya era viejo cuando yo lo conocí hace treinta y dos años. A través de los años yo había escuchado hablar muchas veces del Hermano Pérez. Se decía que se conservaba con buena salud y que todavía caminaba por sí mismo. (Mi teoría personal era que el Hermano Pérez ya había muerto, en 1980, y que aquel Hermano Pérez que veían todos no era más que un androide).

Pues bien, felizmente me equivoqué: el Hermano Pérez está vivito y coleando y ya va a cumplir 93 años. Y lo más asombroso de todo es que está igual que hace treinta y dos años. (¿Androide?)

Lo que muchos ignoran es que soy un maldito sentimental. Así que me pasé la mayor parte de la asamblea con un nudo en la garganta. Por eso casi me alegré (casi) cuando se anunció que pasáramos al torneo de fútbol.

¡Oh, rayos!

Era pasado mediodía; el cielo estaba despejado; el sol caía a plomo; cada equipo contaba sólo con siete jugadores; el campo de juego tenía el tamaño de Chihuahua; la camiseta de mi equipo (Inglaterra) estaba muy bien, con la excepción de que la talla era XL, lo cual me hacía lucir como un idiota, ya que yo visto el extremo opuesto; los organizadores rentaron un servicio de ambulancia y paramédicos (mi esposa no ha parado de reír por esto); los balones de fútbol eran realmente duros y... ¡empezó el torneo!

Yo corría de allá para acá, tratando de conservar el aliento y de ayudar de alguna manera al equipo. Sin embargo, pronto me di cuenta de que tenía la condición física de un pan tostado.

Roberto Canales, capitán del equipo, constantemente me gritaba cosas como: ¡Marca!”, “¡Arriba!”, “¡Cubre!”, “¡Bien!”, “¡No!”, “¡Marca!” al tal grado que por un momento me sentí perro.

Aún y cuando se jugaban dos tiempos de diez minutos por partido, al terminar el primer tiempo me parecía que habían transcurrido años. Felizmente, empezando la segunda mitad del partido alguien tuvo a bien realizar un cambio. Así que me fui a la banca.

Para mi mala fortuna, ganamos el primer partido, lo cual quería decir que nos faltaban otros dos para coronarnos campeones. Así que empezamos un segundo partido después de tomarnos un descanso. Sin embargo, el dios de los maletas vino en mi ayuda, ya que pronto salí del juego para quedarme en la banca. Desde ahí les podía echar porras.

Perdimos ese segundo partido y finalmente el equipo de Rusia se coronó campeón. Luego siguió la foto de grupo, que fue como intentar meter seis gatos en una caja de galletas.

Nos tomamos la foto y luego todos corrimos como si no hubiéramos jugado, ya que había llegado la cerveza. Yo no tomo cerveza, pero igual corrí, ya que el calor del sol era insoportable.

Después llegó la comida: bufette regional con asado de puerco, pollo con arroz, cabrito en salsa, cortadillo… una delicia.

Vino la sobremesa y después los maestros se despidieron, uno de ellos con canciones. Se formaban y deshacían grupos, ya que todos querían platicar con todos.

Yo estaba platicando con un buen amigo, cuando de improviso llegó un compañero que no reconocí (aún no sé quién es) y nos empezó a platicar de una forma un tanto agresiva de lo horrible que era su vida y que todo el mundo engañaba o era engañado.

Luego dijo algo que se me quedó grabado. Dijo: “Yo creo que fuimos hechos para vivir sólo 35 años. Después de ese período, todo se echa a perder”.

El que mi compañero que no reconocí estuviera regalándonos una nota auto biográfica poco importa. Lo importante es que esos pensamientos negativos que nos regaló fueron el contrapunto perfecto de la celebración.

Me hizo darme cuenta que treinta años no pasan en balde; que aún y cuando estuviéramos casi todos celebrando ese día nuestros reencuentros, el tiempo se había cobrado su parte.

Ya no éramos los mismos, aún y cuando lo pretendiéramos durante todo el día. Habíamos crecido, madurado, sufrido y gozado durante esos treinta años de no vernos. Y terminado el día seguiríamos con nuestros caminos personales.

Yo no sé si hemos evolucionado para vivir sólo 35 años ó 50 ó 200. Lo único que sé es que en aquella celebración del 30 aniversario de nuestra graduación de secundaria a nadie le ví la fecha de caducidad.

La cerveza corría; las voces empezaban a subir de tono; los adolescentes de ayer estaban volviendo a la vida. Fue ese el momento que escogí para irme. No me despedí de nadie, de la misma manera en que no me había despedido de nadie treinta años atrás.

En el camino a casa tenía dos pensamientos: dejar de fumar y prepararme para el próximo encuentro dentro de cinco años, cuando espero que los organizadores vuelvan a repetir su magnífico papel.

Aunque sólo les sugeriría a estos que, si planean un torneo, piensen en el dominó.

Actualización al 7 de Agosto 2010: En memoria de Ernesto Leal Isla.

Aquí les dejo esto de The Connells.



6/11/2007

El blog como graffiti virtual

A los lectores de Crónicas Profanas:

La última entrada en este blog fue el 25 de mayo pasado, por dos razones opuestas: una fue de carácter físico y la otra existencial.

La de carácter físico fue una extraña afección auditiva que me tuvo oyendo el mundo en “mono” durante quince días, lo cual me quitó todas las ganas de escribir. Sin embargo, un tratamiento adecuado (que incluyó tres visitas al doctor) me permitió volver a escuchar en estéreo.

Aprendí mucho de la experiencia e incluso reuní material para una nueva entrada. Sólo que cometí un error en el proceso: efectué un extenso recorrido por la blog esfera.

Mi decepción fue profunda. Salvo algunas excepciones, la mayoría de los blogs pueden compararse al grafitti que ensucia los muros de las grandes urbes. No sólo carecen de un sentido estético, sino también práctico: son tan sólo pintarrajeos virtuales cuyo único propósito es el de dejar alguna marca ilegible. (Lo peor de todo es que muchos de ellos ni siquiera alcanzan el rango de graffiti virtual, asemejándose más bien a los mensajes obscenos escritos en el retrete de un bar de ínfima categoría.)

Siendo un ferviente defensor de la libertad de expresión, dicha situación me creó un conflicto: por un lado, estoy convencido de que cada persona tiene el derecho de expresar sus ideas, por estúpidas, inútiles o equivocadas que sean. Por otro lado, si todo imbécil tiene derecho a expresarse en un blog, ese exceso de blogs de imbéciles ahoga a aquellos blogs que merecen ser conocidos.

Porque lo primero que me atrajo de los blogs fue que éstos representan un contrapunto a la corriente periodística, la cual está más contaminada que el lago de Chapala.

Para muestra sólo basta un botón: Últimamente, los diarios y los noticieros de televisión están resaltando en sus encabezados la ola de calor que envuelve a México. Señores periodistas y comunicadores, hace mucho calor en el país ¡PORQUE ESTAMOS EN JUNIO! Y ese mes, junto con julio y agosto, conforman la estación que se llama verano, período en el cual las temperaturas alcanzan sus valores más altos.

Para acabarla de amolar, su predicción al inicio del 2007 de que la primavera iba a resultar la más cálida de toda la historia no se cumplió. Por el contrario, hemos tenido una de las primaveras más frescas de las que yo tenga memoria. (Y esto lo digo con conocimiento de causa, ya que vivo en Monterrey, en donde el clima es desquiciado).

Así que, un mensaje a todos los bloggers: ya que tienes el derecho a expresarte, por favor exprésate de manera inteligente.

Eso es lo que yo intento hacer en estas Crónicas Profanas. El que lo logre o no depende de la apreciación los lectores asiduos a este blog, los cuales, según reporta el Instituto Internacional de Estadísticas Apócrifas, poseen un elevado coeficiente intelectual.

5/25/2007

La terrorista enamorada o Cómo deshacerte de una novia loca

Se dice que la vida imita al arte, pero en esta ocasión ni siquiera a los hermanos Cohen se les hubiera ocurrido algo tan bizarro.

Sucedió en Australia, donde Jill Courtney, de 27 años, está esperando juicio por conspirar para cometer homicidio y colocar explosivos en un espacio público. Este acto terrorista —no merece otro nombre— está sustentado en una ideología muy particular: el amor.

Sí, Jill ama locamente a Hussan Kalache, de 28 años. Incluso lleva tatuado su nombre en diferentes partes de su cuerpo. (Jill es una especie de Pucca, que está obsesionada de amor por el ninja Garu, en la extravagante serie animada surcoreana “Funny Love”).

Hussan Kalache, viendo la adoración de su novia, le dijo a Jill que se casaría con ella si llevaba a cabo una “misión”, la cual consistía en poner explosivos en un coche en plena ciudad de Sydney.

Pucca (perdón, Jill) no dudó ni un momento: Se informó ante varias personas sobre la fabricación de explosivos y compró el material necesario.

El plan fue desbaratado por la policía, informada por una llamada telefónica anónima. En el departamento de Jill, la policía encontró un detonador, productos para fabricar explosivos, una peluca y una libreta que presuntamente detallaba la misión: “Ir a lugar, instalar, marcharse, hacerlo, ir a coche prestado, cambiarse, peluca, volver a casa”.

Desgraciadamente, estamos tan acostrumbrados a la violencia, que el acto criminal de Jill (disfrazado de “Funny love” y con elementos realmente ridículos) nos mueve a risa más que a la consternación.

Sin embargo, como se mencionó anteriormente, el acto de Jill fue un acto terrorista frustrado, idéntico a cualquier otro acto terrorista del que se tenga conocimiento.

Todos los elementos están ahí: Un instigador, una cabeza hueca, un motivo abstracto.

El instigador: En ningún lado de la nota se menciona la nacionalidad de Hussan Kalache, el novio adorado por Jill. Sin embargo, se adivina; no por prejuicio, sino porque a menos que Hussan sea un terrorista encubierto, nadie en Occidente le dice a su novia que si se quiere casar con él tiene que poner una bomba en un sitio público.

Por otro lado, es posible que Hussan no sea terrorista sino que, ante la insistencia de su novia Jill de casarse, éste se haya inventado lo de la bomba, sabiendo que cualquier mujer en su sano juicio rehusaría a hacer tal barbaridad o a casarse siquiera con quien pidiera eso.

Por último, está la posibilidad de que Hussan no sólo no quería casarse con Jill, sino que sabiendo que está loca, aprovechó la oportunidad para deshacerse de ella. Así que le dice su condición para la boda —lo de la bomba—, se espera a que Jill ponga manos a la obra y hace la llamada anónima. (¡Por supuesto que fue Hussan el que efectuó la llamada anónima! La policía australiana se vio francamente mal al no haber sospechado siquiera de Hussan y haberlo metido también a la cárcel bajo el cargo de autor intelectual del atentado).

Una cabeza hueca: Cualquiera que dude de que Jill Courtney tiene la cabeza hueca sólo tiene que recordar lo escrito en la libreta donde planeó la misión: “Ir a lugar, instalar, marcharse, hacerlo, ir a coche prestado, cambiarse, peluca, volver a casa”.

Además de lacónicas, sus anotaciones evidencian lo vacío de su cráneo: con un simple error que Jill hubiera cometido al escribir la secuencia, habría colocado la peluca en el coche prestado y se habría calado la bomba en la cabeza o habría instalado la bomba en su casa y cambiado la peluca en el coche prestado antes de volver al lugar donde debía colocar la bomba. (De hecho, Jill cometió un error de secuencia. Si la nota periodística está en lo correcto, “hacerlo” no debería figurar como la cuarta instrucción).

Siempre que escuchamos hablar sobre los terroristas nos los imaginamos como seres fríos, calculadores, sin sentimientos y, por lo general, inteligentes. ¡Nada más alejado de la realidad! Todos esos imbéciles que se hacen explotar en un lugar público o que colocan explosivos para matar a gente inocente son idénticos a Jill: unos románticos incurables con la cabeza hueca.

Porque para matar inocentes no se requiere ser inteligente. Cualquier idota puede planear un ataque terrorista. La dificultad estriba en encontrar al cabeza hueca que lo lleve a cabo. Esto lo saben los instigadores, como Hussan, y para ello utilizan su arma secreta:

El motivo abstracto: A diferencia de los asesinos comunes, los cuales actúan por un motivo objetivo (el más común es el dinero) los terroristas necesitan un motivo abstracto para morir o matar por ello, llámese este religión, opresión o —como en el caso de Jill— amor.

Jill ama a Hussan y se quiere casar con él. Si para lograrlo tiene que poner una bomba en un lugar público y asesinar a algún inocente ¡qué importa! Jill ama a Hussan y ese sentimiento abstracto es para ella un motivo suficiente.

Con su cabeza hueca rellenada hábilmente por la promesa de boda de Hussan, Jill debió haber imaginado su vida de casada con Hussan: una linda casa, un amplio jardín, cenas y fiestas para sus amistades, paseos por la playa , etcétera.

Lo más horrible de todo el asunto es que, de no haberse hecho la llamada anónima a tiempo, Jill pudo haber llevado a cabo el atentado y alguien inocente hubiera resultado herido o muerto.

Y Jill se hubiera casado con Hussen después de cumplida su misión. Y hubieran vivido los dos en la felicidad conyugal más completa..., hasta que Hussan le dijera a Jill que, si quería tener hijos, debería de cumplir otra misión.

5/01/2007

El verdadero nombre de la bestia, cuya cifra es 666

Existe un antiguo enigma que, aunque ya fue resuelto (la respuesta correcta es: Nerón) aún sigue excitando la imaginación de muchos, convirtiéndolo en una especie de juego.

Me refiero al enigma que se menciona en el Libro de la Revelación o Apocalipsis, de San Juan y que dice: “Aquí está la sabiduría. Quien tenga inteligencia, calcule el número de la bestia, pues es la cifra de un hombre. Su cifra es seiscientos sesenta y seis”.

Algunos le llaman el Anticristo; otros, más correctamente, el falso profeta.

Como todo en el Apocalipsis está sujeto a interpretación y yo deseaba material para una nueva entrada del blog, me di a la tarea de efectuar mis propios cálculos y develar el verdadero nombre de la bestia.

Lo primero que descubrí es que con números se puede hacer cualquier cosa y el llegar a la cifra deseada (666) es pan comido. Sin embargo, dicho método de asignar valores numéricos a las letras puede llevarte a la errónea conclusión de que el nombre de la bestia es Eulalio o “Chuck”.

Por lo tanto, debía de existir un error en el enunciado del enigma. Después de reflexionar profundamente en ello por espacio de unos doce minutos, por fin encontré la razón del por qué tantos hayan tratado de resolver el enigma sin éxito.

La clave de ello está en la parte del enigma que dice: “…pues es la cifra de un hombre”. Al parecer, en el momento de escribir sus visiones, el buen Juan cometió el error de poner “hombre” en lugar de “mujer”. Porque todo adquiere sentido cuando nos percatamos que la bestia del enigma es femenina y no masculina.

Alentado por el hallazgo, investigué más a fondo en el Apocalipsis para ver si podía obtener más pistas además de las numéricas. Lo que encontré superó mis expectativas.

En primer lugar, descubrí que la bestia cuyo nombre cifrado es 666 era la segunda bestia: “y tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como un dragón” (esto no tiene sentido, pero así es el lenguaje profético). Por lo tanto, esta segunda bestia no era la más importante, lo cual explica que ni Napoleón, ni Hitler ni Stalin o George W. Bush hayan resultado ser el Anticristo, por más que lo merecieran.

Después obtuve aún más datos reveladores con respecto a esta segunda bestia. San Juan nos dice: “Y seducía a los habitantes de la tierra por medio de los prodigios que le había sido dado obrar al servicio de la bestia (la primera)” y “Obtuvo de todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, que se les imprimiera una marca sobre su mano derecha o sobre su frente, y que nadie pudiera comprar o vender, sino quien llevara la marca, el nombre de la bestia o la cifra de su nombre”.

Más claro, ni el agua.

Ahora tenía todos los datos que necesitaba y así resultó sencillísimo develar, por fin, el verdadero nombre de la bestia: Paris Hilton.

Quizás a muchos les cause asombro o estupor el conocer finalmente el nombre de la bestia, pero si se ponen a pensar en ello llegarán a la misma conclusión.

Preguntémonos: ¿Quién es Paris Hilton? ¿Cómo, siendo una nulidad, se convirtió de repente en una nulidad exitosa? ¿De dónde obtuvo su exagerada popularidad?

Muchos enigmas y paradojas encierra la figura de Paris Hilton. El primero de ellos tiene que ver con lo siguiente: Se le llama "heredera" cuando sus padres aún no han muerto y quizá no le hereden nada o sólo una parte, ya que Paris es la mayor de los cuatro hijos de Richard Hilton y Kathy Richards. (Los otros tres son Nicky, Barron y Conrad).

Yo creo que le llaman “heredera” por la sencilla razón que no hay otro título que darle. A sus 26 años (y aunque ha hecho el intento) Paris Hilton no es una estudiante ni actriz ni cantante ni nada. Lo más que la describe es la palabra celebrité, palabra que usan los franceses para referirse a un desempleado al que todos gustan fotografiar.

Porque una paradoja que rodea a Paris Hilton (y que refuerza la idea de que ella es la bestia del Apocalipsis) es precisamente cómo alguien que no hace nada —o cuando hace algo, como actuar, modelar o aparecer en eventos no rebasa el nivel de mediocre—puede ganar tanto dinero.

De acuerdo con el Forbes Magazine, del 2003-04, obtuvo 2’000,000 de dólares por sus variados papeles en la televisión y el cine. Del 2004-05 obtuvo 7’500,000 de dólares por salir en televisión, cine, modelar y también por aparecer en algunos eventos. Y en el 2005-06 Paris ganó unos 200’000,000 de dólares por sus películas, perfumes, su disco, y modelar. Durante este periodo el Forbes Magazine la clasificó como una de las 100 mayores celebridades del mundo.

Admitámoslo, Paris Hilton no tiene ni un solo atributo que justifique su fama: no es bella, ni carismática, ni tiene cuerpo de modelo, ni sabe actuar ni cantar.

Lo que de verdad hizo a Paris Hilton famosa fue el vídeo sexual 1 Night in Paris, película casera donde aparecía ella y su ex-novio Rick Solomon, que fue descargada en Internet poco tiempo después de que hiciera debut el programa The Simple Life (por el cual Paris recibe 3’000,000 de dólares por temporada).

La cinta titulada en DVD One Night in Paris salió el 9 de junio del 2004, dirigida por Rick Solomon. Los Hilton se indignaron y demandaron a Solomon por difundir la cinta, y recibieron 400,000 dólares y un porcentaje de las ventas de la película. (¡Esto es lo que hace exitosos a los magnates. Aún en la adversidad se las arreglan para obtener algún beneficio económico!)

También en 2004, Hilton participó en la campaña de Sean P. Diddy "Vota o Muere" para que las personas votaran en las elecciones presidenciales. Sin embargo, fue acusada de hipócrita cuando se reveló que no votó, ni siquiera se registró para esto.

Si después de todo esto alguien no está convencido como yo de que el nombre de la bestia es Paris Hilton, lo invito a que se acerque de nuevo a la parte del Apocalipsis que menciona la marca de la bestia y descubra su significado, el cual se encuentra en la siguiente parte: “… y que nadie pudiera comprar o vender, sino quien llevara la marca, el nombre de la bestia o la cifra de su nombre”.

Así también podrán conocer el nombre de la primera bestia, a la cual Paris Hilton sirve.

4/24/2007

La insoportable levedad de la violencia (Drama en 3 actos)

Personajes:

Cho Seung-Hui -Asesino múltiple y suicida.
Sthepanie Roberts; Chris Roberts –Compañeros de High School de Cho.
Kim –Abuelo de Cho Seung-Hui.
Lucinda Roy –Co-directora del programa de escritura creativa en Virigina Tech.
Ian MacFarlane –Ex compañero de Cho en el curso de escritura de guiones.
Wendell Flinchum –Jefe de policía en Virginia Tech.
Bryan Williams –Presentador de la N.B.C.
Gregory T. Eells –Consejero de servicios psicológicos en la U. de Cornell.
John Markell –Armero, propietario de Roanoke Firearms.

Paramédicos, equipo S.W.A.T., reporteros, estudiantes de Virginia Tech, víctimas del asesino, políticos, norteamericanos comunes y demás.


La acción es señalada por el autor de estas Crónicas Profanas y se desarrolla en Corea del Sur, en el Tecnológico de Virginia, en la N.B.C. y en la armería Roanoke Firearms. Los personajes intervienen en distintos momentos de la acción.


ACTO I Camino al Infierno.

Cada vez que sucede una masacre de estudiantes (como la ocurrida el pasado lunes en el Tecnológico de Virginia) especialistas de diversas disciplinas —principalmente psicólogos y sociólogos— son cuestionados por los medios de comunicación para que respondan a una pregunta específica: ¿quién fue el responsable de la masacre?

Aunque esta pregunta es superflua —generalmente, a la hora de los cuestionamientos se sabe que el autor material de la masacre forma parte del saldo de las víctimas (sea por suicidio o por haber sido abatido por la policía) y se conoce, si no su identidad, al menos sí su participación activa— su sentido real es el de encontrar una respuesta a qué fue lo que motivó a un estudiante universitario a cometer un acto tan terrible.

Esta búsqueda de explicaciones es entendible, por la perplejidad que causa este tipo de horrores. Sin embargo, las explicaciones resultantes en la búsqueda de un responsable generalmente se emiten sin haber sido asimilados los hechos —muchas veces ¡cuando el hecho en sí aún se desarrolla!— confundiéndonos aún más y cayendo de manera irremediable en lugares comunes (no se dio la alarma a tiempo, la respuesta de la policía fue ineficaz, el inexistente control de armas, el aislamiento producto de la tecnología, la decadencia de la sociedad norteamericana, la discriminación a las minorías) lo cual no hace sino desviar nuestra atención del hecho fundamental: que Cho Seung-Hui fue el único responsable.

Y para entender este hecho en toda su dimensión es necesaria la reflexión y el transcurrir del tiempo. Sólo así podremos salir de nuestra perplejidad y emitir un juicio. O varios.

Por supuesto que pudieron existir factores externos que influyeron en la conducta de este estudiante de origen surcoreano, pero eso no es motivo suficiente para olvidar de que un acto tan terrible como el cometido fue un acto deliberado y que Cho Seung-Hui fue totalmente consciente de lo que hacía.

ABUELO KIM: Cho preocupó mucho a sus padres cuando era niño pues no podía hablar bien, aunque exhibía un buen comportamiento. ¿Cómo pudo haber hecho una cosa semejante si tenía algún tipo de simpatía por sus padres? Estos se fueron de Corea del sur en 1992 porque no ganaban lo suficiente y sufrían privaciones.

Así que es posible que desde su llegada a los Estados Unidos Cho haya sufrido problemas de asimilación. Sin embargo, esto es la regla, y no sólo en los Estados Unidos: cualquier niño que haya emigrado de un país a otro (sin importar cual) es objeto de rechazo.

STEPHANIE ROBERTS: Yo estudié con Cho en el colegio Westerfiel High. Ahí había algunas personas realmente mezquinas con él, que lo empujaban y se burlaban de él. No hablaba inglés realmente bien, y ellos se burlaban.

CHRIS DAVIES: Sí, yo también estudié con Cho, en el 2003. Él casi nunca abría la boca e ignoraba intentos de otros para iniciar una conversación. En una ocasión, el profesor de la clase de inglés hizo que todos leyéramos en voz alta algún texto literario. Cuando le tocó el turno a Cho, éste se quedó silencioso. Cuando el profesor lo amenazó con una mala nota si no leía, Cho comenzó a leer con una voz profunda y extraña, que sonaba como si tuviera algo en la boca. Tan pronto como comenzó a leer Cho, toda la clase se rió. Lo señalaban y le decían “Vuélvete a China”.

Esto es algo difícil de aguantar y, por supuesto, no está bien. Pero han sido millones de niños emigrados de todos los países del mundo durante toda la historia que han tenido que soportar este tipo de vejaciones. La inmensa mayoría logra sobreponerse a ello y se asimilan finalmente. Pero hay muchos también que no lo logran. Estos se convierten en solitarios y resentidos.

Cho Seung-Hui siguió este camino. Sus compañeros del Tecnológico de Virginia lo describen como un tipo solitario y hosco, que comía solo y evitaba las miradas directas. Sus profesores también notaron lo mismo, principalmente los del taller literario, ya que lo que escribía Cho aparentemente era un reflejo de su mente perturbada.

LUCINDA ROY: He estado enseñando durante 22 años y en sólo dos ocasiones he sentido que algo andaba realmente mal. Con Cho fue una de ellas.

IAN MAC FARLANE: Cuando escuché sobre el tiroteo lo primero que pensé fue: “apuesto a que fue Sueng Cho” (ese era el nombre que él utilizaba para sus asignaciones). Sus escritos parecían salidos de una pesadilla. Eran bizarros y juveniles, violentos y llenos de odio. En uno, intitulado Richard McBeef, un adolescente trata de estrangular a su padre, sólo para terminar suicidándose. En otra de las obras, intitulada Mr. Brownstone, uno de los personajes fantasea con matar a su maestro de preparatoria: “Quiero verlo sangrar del mismo modo en que nos hace sangrar a los chicos”, dice.

Aún y cuando esto pueda parecer perturbador, no es razón suficiente para adivinar las intenciones asesinas de Cho. Porque si de violencia escrita se tratara, tipos como Quentin Tarantino, Clive Baker, Sthepen King y otros hubieran sido internados en un hospital psiquiátrico desde hace mucho tiempo.

En cambio, sus libros y películas gozan de una alta popularidad. Son reconocidos mundialmente y, aunque a muchos no les gusten sus obras o no consideren sus escritos como “literatura” —mención aparte merece Anthony Burguess con su “Naranja Mecánica”— la verdad es que son un ejemplo, entre muchos, de escritores y cineastas que dan una salida artística a sus peores pesadillas.

Esta es una de las razones por las que resulta casi imposible para los consultores psicológicos que trabajan en las distintas universidades adivinar cuándo se encuentran ante una amenaza real.

GREGORY T. ELLS: Cada año ingresan en las universidades miles de casos de alumnos con alguna perturbación que ameritan un escrutinio cuidadoso. Parece que cada día son más. Sin embargo, en la mayoría de los casos no sucede nada. La ley que protege los derechos de aquellos sujetos a un tratamiento de origen mental nos tiene atados de manos. Y el precio que pagamos por mantener estas libertades puede ser muy alto.


ACTO II Ecos.

Me enteré de la masacre unas dos horas después de que ocurriera a través de un periódico en línea. Para ese entonces no se conocía con certeza la identidad del asesino. Sólo se mencionaba que era probablemente de origen asiático.

La noticia también contenía un elemento perturbador: las primeras dos víctimas del asesino habían sido muertas unas dos horas antes de que ocurriera la masacre, en otro de los edificios de la universidad. Esto confundió a la policía del campus.

WENDELL FLINCHUM: En un principio creímos que se trataba de un hecho aislado. Se detuvo como sospechoso al novio de una de las víctimas. Nada nos indicaba que se efectuaría una matanza de treinta personas dos horas más tarde. Es por ello que no se dio una alarma general y no se suspendieron las clases. No lo consideramos pertinente.

Aunque muchos parecen culpar a la policía del campus al reaccionar de esa manera, la verdad es que tenían razón. Prueba de ello es que aún los reporteros de las diversas cadenas noticiosas llegaron tarde a la masacre. Por ello la televisión sólo mostraba imágenes de policías y equipos de S.W.A.T. yendo de un lado al otro. Es verdad que existen algunas tomas o fotografías de policías y paramédicos cargando a algún herido, pero ninguna del momento mismo de lo hechos.

Como corresponde a nuestra era digital, nos daríamos una idea un tanto clara del horror sólo hasta el momento en que la cadena N.B.C. difundió algunas de las 43 fotografías y 23 vídeos que el asesino había grabado en el ínter de los tiroteos y enviado por correo a la televisora.

BRYAN WILLIAMS: Tenemos plena conciencia de que, en efecto, esta noche estamos trasmitiendo las palabras de un asesino.

Yo dudo que Cho haya podido hacer todos esos vídeos y fotografías en sólo un período de dos horas. Realmente le tuvo que llevar mucho más tiempo. Esto me lleva a pensar que Cho llevaba mucho tiempo pensado en lo que iba a hacer, lo cual aumenta el horror de lo acontecido.

Porque de no haber sido el ataque en el Tecnológico de Virginia, este podría suceder en un futuro no muy lejano: en alguna estación del metro, en un estadio de fútbol, en algún concierto o acto público.

La furia de Cho iba a explotar en un momento o en otro. Y buscaba víctimas. Muchas víctimas. Además, se moría (literalmente) por alcanzar una fama póstuma.

Pero, ¿cuáles son las razones que pueden llevar a un asesino a buscar la fama póstuma?

CHO SEUNG-HUI: Ustedes tenían cien mil millones de opciones y maneras que hubieran evitado lo que pasó hoy. Pero ustedes decidieron derramar mi sangre. Ustedes me arrinconaron y me dejaron una sola opción. Ahora tienen sus manos manchadas de sangre para el resto de sus vidas. No tenía por qué hacer esto. Podría haber partido. Podría haber huido. Pero no, no me escaparé más. No es por mí que lo hago. Lo hago por mis hijos, por mis hermanos y hermanas. Lo hice por ellos.

Como se ve, ese es el testimonio de un perdedor (y esto lo afirmo con seguridad, una semana después de la masacre y con conocimiento de causa). El discurso es incoherente y no muestra ni un poco de originalidad en sus fotos, las cuales son realmente patéticas. No es posible tener un sentimiento de empatía, por mínimo que sea, hacia él. (Aún antes de asesinar y suicidarse no fue siquiera capaz de nombrar al receptor de su rabia. Sólo habla de un “ustedes” genérico).

Aquí, la pregunta obligada es: ¿cuántos de esos “ustedes” se encontraban entre las víctimas? ¿Dos? ¿Nueve? ¿Doce? Sinceramente —y este es un juicio puramente personal— me rehúso a creer que Cho asesinó solamente a aquellos que le hicieron algún tipo de daño u ofensa. No, entre esos 32 muertos de seguro hubo personas que ni siquiera se habían topado con Cho.

Ante esta falta de empatía hacia Cho (que aunque no se perciba conscientemente, se siente) las explicaciones en la búsqueda de un responsable se centran en el más común de los lugares: el control de armas.

Una y otra vez, cada ocasión que ocurre este tipo de horrores, el argumento del control de armas regresa, como un eco. Ambos bandos (los que se oponen y los que apoyan el control de armas) repiten los mismos argumentos.

En lo personal, detesto las armas de fuego. La única arma que he disparado en mi vida fue un revólver calibre .22 contra unas latas en un bosque en Coahuila. Me asustó el estruendo, y no sentí ni una pizca de emoción al disparar.

JOHN MARKELL: Yo hubiera usado un rifle si quisiera hacer tanto daño; es un arma mucho más potente y veloz. Lo que hizo (Cho) fue de cobarde. Disparó contra personas que no estaban armadas. Si en el campus no estuviese prohibido portar armas, la historia hubiera sido otra.

No estoy totalmente de acuerdo con John, pero en esto del control de armas existen algunos puntos muy finos. Si nos remitimos a las masacres escolares ocurridas en otras partes del mundo en donde el control de armas es muy rígido, como ocurre en Gran Bretaña y Japón, nos encontramos con que en marzo de 1996 en Escocia, un tipo entró fuertemente armado en una escuela primaria y asesinó a 15 niños y a su maestra e hirió a otros tantos y luego se suicidó.

Y en septiembre de 2001, conmocionados por otro tipo de violencia, el mundo ignoró el horror cometido en Japón por otro imbécil, que también entró a una escuela de niños y asesinó a ocho de ellos, dejando 15 heridos, ¡con un cuchillo de carnicero! (Para mí, esta matanza resultó más horrible —si se puede decir tal cosa— que lo acontecido el lunes pasado en el Tecnológico de Virginia. El terror que han de haber sentido aquellos pobres niños japoneses me hace llorar de angustia).

JOHN MARKELL: Fue una venta normal, de bajo perfil. Él no se veía nervioso, estaba calmado; parecía un estudiante común y corriente. Como es costumbre, a Cho se le pidió un documento que mostrara su mayoría de edad, una constancia de domicilio en el estado y, por haber nacido en el exterior, su tarjeta de residente legal en Estados Unidos.
Además, se le requirió llenar dos formularios de registro, uno para la policía de Virginia, otro para la federal. Después, a través de la computadora enviamos los datos a la policía para el chequeo de su historial, y no hubo problemas, así que pocos minutos después se fue con su pistola

Hasta aquí, todo normal. Pero fijémonos en las siguientes palabras del armero.

JOHN MARKELL: Ahora que veo las respuestas en el formulario, supongo que mintió cuando dijo que no sufría ninguna inestabilidad mental.


ACTO III El silencio de los inocentes

Antes, durante y después de masacres como la ocurrida en el tecnológico de Virginia, la atención de todos se centra en el perpetrador de la mascare. Se buscan razones para explicar sus terribles actos; se indaga su vida hasta en los rincones más íntimos; se le da la oportunidad de declarar sus delirios; se le odia; se le perdona; se le imita.

¿Y las víctimas, qué?

Nada queda de ellos, tan sólo su recuerdo. El dolor de aquellos que los conocieron permanece.

La violencia nos nubla la vista. Su insoportable levedad permea nuestras conciencias, nos hace olvidar que la vida de aquellos que fueron sacrificados en el altar de un dios ignorado y degradado (que sólo existe dentro de la bóveda craneal de un ser perturbado) es lo único que debe contar cuando conmemoremos un hecho tan horrible como el ocurrido en el Tecnológico de Virginia.

Olvidemos para siempre al tal Cho. Ya tuvo la ridícula fama que siempre buscó.

4/08/2007

La jaula vacía o El mito del aborto como una elección femenina

No me gusta el tenis. Me aburre sobremanera observar el ir y venir de la pelota de un lado al otro de la red durante el juego, el cual puede durar más de dos horas y cuyo desenlace depende muchas veces de la decisión de un tipo sentado en una silla de patas muy largas a mitad de la cancha, a un lado de la red.

El asunto de la despenalización del aborto se asemeja terriblemente a un juego de tenis: La cancha (el debate) tiene límites muy precisos y los jugadores (los bandos pro-vida y pro-elección) están inexorablemente separados por una delgada red de prejuicios, la cual no puede ser tocada o traspasada, bajo pena de perder puntos o ser descalificado.

Los argumentos que se manejan (las pelotas) van de un lado al otro de la cancha. Así como vienen, se los retacha, sin retenerlos ni por un momento para analizarlos. Y cuando se trata del saque, la intención es desestabilizar al contrario.

Por último está el árbitro o juez (no sé mucho de tenis) que en el caso de la despenalización del aborto está representado por la Asamblea del Distrito Federal y que será quien decida en última instancia cuál de los dos bandos resultará “ganador”.

Para algunos puede parecerles frívolo el que compare un asunto tan serio como el aborto con un juego de tenis. Sin embargo, no es así, sobre todo si tomamos en cuenta que se busca despenalizar una ley bajo la cual ni una sola mujer ha sido consignada o siquiera denunciada. Entonces, ¿por qué despenalizar una ley que no penaliza?

Esto convierte a la despenalización del aborto en un juego: un juego de poder. De lo que se trata es de demostrar que un grupo de legisladores que conforman una mayoría dentro de una minoría (la Asamblea del Distrito Federal) pueden aprobar una ley que atenta contra la mayoría que supuestamente representan. (Reconozcámoslo: sea cual sea nuestra posición personal con respecto al aborto, la mayoría de los mexicanos se opone al aborto, ya sea por cuestiones de credo religioso o por los usos y costumbres comunitarios. Es una cuestión de estadística, más que de ideología.)

Y como si esto no fuera suficiente para comparar al asunto del aborto con un juego, los argumentos que esgrimen ambos bandos van de lo puramente especulativo hasta lo francamente estúpido.

Son especulativos porque nadie sabe a ciencia cierta cuándo un ser humano se convierte en un ser humano: Unos dicen que es en el momento mismo de la concepción (o incluso antes de la concepción, lo que es algo absurdo); otros, a partir de las 12 semanas de gestación. Unos hablan de un mero conjunto o agrupación de células; los otros de un conjunto o agrupación de células “potencialmente” humano.

Y el argumento más estúpido de todos es aquel que dice que, de haber optado sus madres por el aborto, no tendríamos a “Chespirito” o a Beethoven. (Lo que hace que este argumento sea estúpido es que no toma en cuenta su contraparte: de que de haber optado sus madres por el aborto, tampoco hubiéramos sufrido a Hitler, a Stalin o a Paris Hilton).

Pero el más grande error de argumentación —y aquí llegamos al quid del asunto— que por algún motivo misterioso es el único argumento que comparten ambos bandos, es el de considerar que es la mujer quien toma la decisión de abortar. Eso es una falacia.

Antes de pasar a explicar el porqué es una falacia, permítanme hacer una precisión muy importante para afinar mi argumentación y no ser mal interpretado: Cuando hablo aquí de “mujer” lo hago en un sentido genérico y no individual. Esto se debe a que cuando se hacen las leyes su esencia es colectiva y no individual. Asimismo, en toda democracia se privilegia a la colectividad sobre el individuo.

Por ello, cuando yo diga “mujer” me estaré refiriendo a la mayoría de las mujeres, en un sentido genérico. Estoy perfectamente consciente de que toda mayoría se conforma de entes individuales, muchos de los cuales no comparten las características o ideales que se les imputa por la mera generalización. (En el caso que nos ocupa —el aborto— calculo en un cinco por ciento la proporción de estas mujeres. Esta es, por supuesto, una estimación personal. Juzgue el lector si estoy en lo correcto o no).

El debate del aborto se centra, erróneamente, en la mujer. Todos los argumentos que se manejan, ya sean en pro o en contra del aborto, tienen como figura central y única a la mujer. Se deja a un lado el elemento clave del aborto, sin el cual todo pierde sentido.

Y este elemento calve es… el hombre. ¡Sí, el hombre, el varón, el macho de la especie humana! Porque es realmente el hombre y no la mujer, como todos creen y argumentan, quien toma la decisión de abortar.

¡Sacrílego, profano, antifeminista! ¿Cómo me atrevo siquiera a insinuar algo así?

Porque es la verdad, aunque no le guste a nadie. Afirmo que el hombre es quien decide un aborto porque soy hombre y sé cómo pensamos los hombres y porque la abrumadora evidencia a favor de mi argumento así me lo señala.

Pensemos en ello un momento: Aquella mujer que se decide por el aborto no lo hace porque esté convencida de que su cuerpo es sólo suyo y nadie más que ella tiene el derecho sobre éste. Tampoco lo hace por no temer a ser encarcelada o excomulgada. No, lo hace porque directa o indirectamente su pareja masculina así lo decidió.

Antes de tener encima a toda la comunidad feminista (todos los que me conocen saben que soy un ferviente feminista) quiero señalar que no estoy hablando aquí de sumisión de la mujer a los deseos del hombre. No se trata de eso. Lo que digo es que la mujer que se somete a un aborto lo hace porque sabe que no cuenta con el apoyo del hombre: este no quiere saber nada del asunto, no quiere complicarse la vida o simplemente, huye. (La valentía de esa mujer que aborta es asombrosa y merece todo nuestro respeto. Su vida y su dignidad merecen ser protegidas a toda costa).

Pero su decisión se basa en la negativa de un hombre por apoyarla. Porque cuando se trata de una decisión enteramente de la mujer (como lo afirman los pro-vida y los pro-elección) sin tomar en cuenta al hombre, la mujer se decide por no abortar.

Independientemente de su credo, raza o posición socioeconómica (aunque existe una tendencia contraria en los niveles más altos de la escala social) la mujer le apuesta a la vida: a la suya propia y a la del niño que lleva dentro.

Llámenlo como quieran, pero yo lo llamo imperativo genético: La mujer le apuesta a la vida. El hombre a la muerte.

La evidencia de ello no se cuenta por cientos o por miles, sino por millones: Cada mujer que es madre soltera es parte de ello. Y su valentía por tener a un hijo se iguala a la de aquella que decide abortar. Y también toda madre soltera merece ser apoyada y protegida.

El número de madres solteras supera con mucho al de todas aquellas que decidieron abortar. Y lo continuará superando, se despenalice o no el aborto.

Sin embargo, mientras el debate continúe y no se incluya al hombre de alguna manera en la ecuación, me seguiré reservando mi opinión sobre el asunto. Porque sin ese elemento dentro del debate, no puedo ofrecer una opinión ni a favor ni en contra.

Soy un individualista acérrimo que privilegio al individuo sobre la sociedad. Para mí, en cada uno de nosotros está el decidir si un acto es bueno o malo y no en lo que nos dictan las leyes de Dios o de los hombres.

Por eso estoy aquí afuera, observando aburrido el ir y venir de la pelota de un lado al otro de la red.

4/05/2007

La Declaración de Deshechos Humanos

Hablar de los Derechos Humanos en lo teórico es la cosa más sencilla del mundo, ya que se vale incluir cualquier tipo de idea utópica. Aquí, los conceptos de igualdad, justicia y libertad alcanzan sus más altos vuelos. No parece haber nadie en el mundo que se oponga en lo teórico a los Derechos Humanos.

Sin embargo, hablar de los Derechos Humanos en la práctica es, quizá, lo más difícil del mundo, ya que existe tal diferencia entre la teoría y la práctica, que realmente abruma.

Como todas las demás declaraciones con buenas intenciones, ésta se empezó a gestar en la ONU prácticamente al terminar la Segunda Guerra Mundial (después de un conflicto de tal magnitud, qué mejor que una declaración que atenuara el horror sufrido y diera al mundo una esperanza, ¿no?) y se le dio carácter oficial a partir de 1948.

Pues bien, lo que casi todos ignoran es que el encargado de redactar personalmente en San Francisco, en el año de 1945, la Declaración de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, fue Jan Christian Smuts.

¿Y eso qué tiene de extraño? ¡Casi nada!: Que este tipo, Smuts, fue el artífice también de las primeras medidas concretas de Ingeniería Social en Sudáfrica, ¡echando los cimientos legislativos de un Estado semitotalitario basado en el principio de la división racial y que derivó en el apartheid!

Así nos encontramos, desde el inicio, con un terrible error conceptual que envenena —y quizás, invalida— la Declaración de Derechos Humanos: considerar que algunos seres humanos son más humanos que otros.

Ese error (horror) conceptual que llevó a Smuts a considerar como Seres Humanos sólo a los que fueran blancos como él y no a los de raza negra no fue exclusivo de éste. Su aplicación universal (en otros contextos, no sólo raciales) continúa hasta nuestros días.

Así, se considera a al fumador como un vicioso y al alcohólico como un enfermo; los pobres son víctimas, los ricos verdugos; el cáncer debe ser erradicado, la malaria puede esperar… La lista es interminable.

Y a ese error se le suma otro —aunque tal vez sea el mismo error visto desde otra perspectiva—: Según lo expresó Kundera en La Inmortalidad, “…la lucha de los derechos humanos, cuanto más ganaba en popularidad, más perdía en contenido concreto y se convertía en una especie de postura genérica de todos hacia todos, en una especie de energía que convierte todos los deseos humanos en derechos (la cursiva es mía). El mundo se convirtió en un derecho del hombre y todo se convirtió en derecho: el ansia de amor en derecho al amor, el ansia de descanso en derecho al descanso…, el ansia de gritar de noche en la plaza en derecho a gritar en la plaza.”

Esto ha llevado a los derechos humanos al abuso. Todos tenemos derecho a todo, aunque eso signifique soslayar o anular los derechos de terceros. (En México podemos comprender de inmediato este abuso: basta recordar cualquiera de las marchas de protesta en que “el pueblo” hace valer su derecho de protestar bloqueando vialidades que impiden el derecho de libre tránsito de los que no son manifestantes).

La manera en que la Declaración de Derechos Humanos busca evitar estos errores (que sin embargo estaban presentes y/o latentes desde su redacción) es aplicando el concepto de Derechos Humanos en automático. Esto es, poseemos nuestros derechos desde el momento mismo de la concepción. (Dejemos a un lado por el momento la contradicción que esto conlleva con el tema del aborto. Eso será tratado en otra ocasión).

Sin embargo, esta aplicación de derechos “innata” a los seres humanos es, para mí, el principal obstáculo para que el concepto teórico de los derechos humanos se lleve felizmente a la práctica.

Porque, si bien estoy de acuerdo en principio con que todos los seres humanos tengamos derechos desde nuestra concepción, estoy en contra de que esos derechos se conserven hasta nuestra muerte.

Con esto quiero decir que en ningún lugar de la Declaración de Derechos Humanos se menciona que estos derechos puedan perderse. Se habla de derechos humanos, pero no de obligaciones humanas.

Entramos así en la parte medular y más estúpida de la llamada Declaración de Derechos Humanos: Se tienen derechos sin ofrecer nada a cambio. Son derechos innatos y no se pueden perder.

Por supuesto, los únicos beneficiados con esto han sido, son y serán los criminales.

Cada criminal de este planeta debería de tener una copia de la Declaración de Derechos Humanos en un lugar visible, ya que gracias a ella son casi invulnerables.

Ellos pueden quitarle la vida a cualquiera, por la razón que sea y, sin embargo, no se les puede condenar a muerte porque eso sería “una violación a su derecho más sagrado: el de su propia vida”.

Los terroristas pueden actuar como jueces, dictaminando que ciertas personas que no comparten sus creencias merecen morir; pero cuando se les atrapa reclaman su derecho a un “juicio justo”.

No sé ustedes, pero yo no estoy de acuerdo con esto. Por eso, propongo que se reescriba la Declaración de Derechos Humanos y se agreguen aquellas circunstancias en que dichos “derechos” pueden ser revocados. Que se especifique cuando un “ser humano” deja de serlo y se le quiten sus derechos para actuar en consecuencia.

¡Agreguemos las Obligaciones Humanas a la declaración de Derechos! De otra manera, seguiremos como hasta ahora: con una declaración que, más que otra cosa, protege a los Deshechos Humanos.

3/25/2007

Una noticia-ventana: In God we trust

Existen cierto tipo de noticias de naturaleza peculiar, tanto por su contenido como por su razón de ser. No forman parte de la corriente principal del periodismo y sin embargo, ahí están. Por regla general, están incluidas en secciones interiores y emplean la palabra “mundo” seguida por adjetivos como “insólito”, “curioso” o “raro”.

Yo las llamo “noticias-ventana” desde que leí (hace años) el libro Los testamentos traicionados de Milan Kundera, que en su mayor parte comenta la obra de Franz Kafka.

En la octava parte del libro (Los caminos en la niebla) Milan Kundera habla de las ventanas. Dice Kundera: “No se puede ir más lejos que Kafka en El proceso; creó la imagen extremadamente poética del mundo extremadamente apoético. Por ‘el mundo extremadamente apoético’ quiero decir: el mundo en el que no hay lugar para una libertad individual, para la originalidad de un individuo, en el que el hombre no es más que un instrumento de las fuerzas extrahumanas: de la burocracia, de la técnica, de la historia. Por ‘imagen extremadamente poética’ quiero decir: sin cambiar su esencia y su carácter apoéticos, Kafka transformó, remodeló ese mundo gracias a su inmensa fantasía de poeta.”

“K. está totalmente absorbido por la situación del proceso que se le ha impuesto; no tiene el menor tiempo para pensar en nada más. Sin embargo, incluso en semejante situación sin salida, hay ventanas que, de repente, se abren durante un breve instante. No puede escaparse por esas ventanas; se entreabren y vuelven a cerrarse en seguida; pero al menos puede ver, en el tiempo de un relámpago, la poesía del mundo que está afuera, la poesía que, pese a todo, existe como una posibilidad siempre presente y que envía a su vida de hombre acorralado un pequeño reflejo plateado”.

Para Kundera, estas breves aperturas (o ventanas) son, por ejemplo, las miradas que K. dirige a su alrededor cuando llega al sitio de su primer interrogatorio y ve a gente común y corriente haciendo cosas comunes y corrientes.

Las noticias-ventana tienen esta cualidad: nos permiten atisbar un mundo, si no poético, al menos real. Un mundo real en el sentido de que las noticias que recibimos a diario, ya sea por medios escritos o electrónicos, más que proporcionarnos una imagen real de las cosas distorsionan la realidad misma, al estar sujetas a los prejuicios e ideologías de los diversos oferentes de noticias. (El mundo es diferente si leemos las noticias en Milenio en vez de en El Norte; es ambiguo, si escogemos leer a los editorialistas del New York Times en vez de a los del Wall Street Journal; es opuesto, si sintonizamos Al-Jazzera en lugar de Fox News).

Al igual que K. con su proceso, estamos totalmente absortos por ese mundo “real” que percibimos a través del medio que escogimos o nos es impuesto (aquí entran todos los canales oficiales que manejan los gobiernos a nivel mundial) y no tenemos tiempo para pensar nada más.

Otra de las cualidades de las noticias-ventana es precisamente su carencia de ideología: son noticias que están ahí, sucedieron, independientemente del emisor o del receptor. (Es esta falta de ideología es lo que lleva a clasificarlas como “insólitas”, “curiosas” o “raras”, porque para los hacedores de noticias no hay nada más extraño que un hecho que no esté sustentado ideológicamente).

A veces, las noticias-ventana nos divierten. Otras veces, nos hacen llorar o reflexionar. Pero siempre están ahí para hacernos conscientes de que hay un mundo real al que pertenecemos y al continuamente olvidamos.

No soy un coleccionista de noticias-ventana (odio coleccionar cosas) pero en ocasiones conservo alguna de ellas, como la siguiente, que apareció el 28 de febrero en Yahoo! México Noticias:

Detienen a hombre que quiso cobrar cheque firmado por Dios

HOBART, Indiana, EEUU: (AP) – Un hombre fue detenido luego de que fue a un banco e intentó cobrar un cheque firmado por “El Salvador, rey de reyes”.

Kevin Rusell, de 21 años de edad, fue acusado el lunes de fraude con cheques y de intimidación, informó el detective de la policía de Hobart Jeff White.

Ambos casos son considerados delitos. También se lo acusó de resistir a la policía, una infracción menor. Podría ser llevado a la cárcel.

La policía fue llamada a la sucursal del banco Chase luego de que Rusell intentó cobrar el cheque que era de otro banco y carente de valor legal, dijo White.

Rusell contaba con varios cheques en su poder y por diferentes cantidades en dólares, todos ellos firmados por “Dios”. Uno de ellos era por valor de 100.000 dólares.

Rusell forcejeó con los policías que intentaron detenerlo, señaló White, y luego amenazó a los agentes cuando lo llevaban a la jefatura policial.

“Había escuchado que Dios de vida eterna, pero es la primera vez que escucho que Dios da dinero en efectivo”, comentó White.

Además de divertirnos, esta noticia-ventana nos dice mucho más. Analicémosla bajo un enfoque al que podríamos denominar “In God We trust” (leyenda que llevan todas las monedas y dólares americanos).

¿Cuál fue el crimen de Kevin Rusell?: ¿Intentar cobrar un cheque sin fondos? ¿El robo de identidad? ¿Falsificar la firma de Dios? ¿Resistirse al arresto? ¿Ser un idiota?

Desde el punto de vista legal, sólo la última opción está exenta de pena. Desde mi punto de vista, sin embargo, el ser un idiota es, por el contrario, de lo único de lo que se le podría acusar a Kevin Rusell. ¿Por qué?

El valor del dinero (no sólo el dinero americano, sino de todo el dinero) es una cuestión de fe. Sólo la fe hace posible que podamos cambiar un montón de papeles y piezas de cobre y níquel o aleaciones baratas por un tostador o una computadora.

El dinero vale porque creemos que vale, porque tenemos fe en ello. Punto. Ese billete o moneda no vale en realidad más que lo que fue gastado en imprimirlo o acuñarlo.

Desde que se dejó de usar el patrón oro, donde cada moneda y billete estaba sustentado con su equivalente en oro (el cual estaba resguardado en enormes depósitos o bóvedas), nadie puede ir al banco a exigir dicho equivalente en oro: Si yo llevo un billete de cien pesos a un banco y pido que me den su equivalente en metálico, lo más que podré conseguir son cinco monedas de veinte pesos, o diez monedas de diez pesos, o veinte monedas de cinco pesos, o cien monedas de un peso.

Y si esto es así, ¿por qué la policía fue tan dura con Kevin Rusell? A este sólo puede culpársele de idiota.

Idiota no por haber intentado cobrar un cheque sin fondos firmado por Dios, sino por olvidar que lo peor que le puedes hacer a los demás es el de recordarles que el dios del dinero (un dios menor sin naturaleza divina, sino mercantil) en el que confían y por el que son capaces de sacrificar hasta su porpia vida, sencillamente no existe.